lunes, 5 de junio de 2023

 

ETERNA JUVENTUD

 

A pesar de que la curiosidad me insistía, no podía evitar pensar que se trataba de otra artimaña de la picaresca tan común en estos tiempos de redes sociales, donde abundan las promesas de remedios probados, cremas que rejuvenecen el rostro hasta convertirlo en el de un púber, o la recuperación de la melena de la juventud setentera o conseguir con alguna pócima casi mágica de origen natural, claro está, la potencia y el apetito sexual de un conejo. Se venden servicios maravillosos y ofrecen todo aquello que uno ha soñado alguna vez.

A pesar de mis dudas y sospechas sobre la autenticidad de la oferta, me hallaba intrigado por el simple deseo de que llegara el día en que fuera posible.

Mi afán por descubrir la fuente de la eterna juventud había ocupado gran parte de mis momentos de ocio. Desde hace años, andaba sumergido en un mar de información científica, devorando libros, documentales y conferencias sobre los avances en medicina, tratamientos y manipulación genética, todo esto con el claro propósito de acabar con el implacable paso del tiempo en nuestro organismo. Durante el confinamiento impuesto por la última pandemia, conocida, invertí innumerables horas de mi tiempo en esa búsqueda incesante del elixir de la juventud que me permitiera desafiar con este a la vejez.

La muerte en sí misma no me inquietaba, pues siempre he sostenido que, tras el último suspiro, todos los problemas terrenales se desvanecen de golpe. No hay preocupación por las hipotecas, las deudas con el banco, los alquileres, el mercado, el seguro del automóvil o el madrugar con o sin resaca para acudir al trabajo. Todo queda resuelto de manera definitiva. Sin embargo, el envejecimiento se me ha convertido en un motivo constante de preocupación. Cuanto más avanzaba en edad, peores son los estragos que esta causa: las pensiones insuficientes, la próstata creciendo descontrolada hasta quedar como papaya de tamaño, la incontinencia como un grifo estropeado. Ya no podrás disfrutar de ciertos alimentos, pues todo sentará fatal. Los más jóvenes apenas soportarán mis largas peroratas, mientras que mis hijos, sobrinos, hermanos y nietos se volverán parientes lejanos. En resumen, una existencia inútil. Ni siquiera me atrevo a mencionar el tema de la vida sexual, pues de hacerlo, la fuente lagrimal haría de las suyas, sin duda.

Entre todas esas investigaciones, algunas me impactaron profundamente, mientras que otras me dejaron desalentado. Sin embargo, logré rescatar recetas, tratamientos y recomendaciones que puse en práctica, aunque carecieran de medios para verificar su efectividad. Y entonces, un día, surgió esta propuesta inverosímil: la posibilidad de vivir eternamente. Es de esta propuesta y experiencia que vengo a relatar, con todos los detalles que la verdad merece.

Fue en la víspera de Año Nuevo del año pasado, es decir, a finales de 2022, cuando revisando mis redes sociales y correos electrónicos para responder a los mensajes de año nuevo, me topé con una sorpresa. Entre todos esos mensajes, uno de ellos captó mi atención de manera especial. Descubierto por los algoritmos, supongo yo, que saben de todo y de todos por las búsquedas en internet, supieron de mi curiosidad respecto de los adelantos logrados en las investigaciones encaminadas a detener el envejecimiento, al menos eso supuse, era el motivo de esta invitación de la que les cuento.

 

En ese mensaje, me tentaron con la posibilidad real de obtener la juventud eterna. Aunque mi primera reacción fue de escepticismo y desconfianza, mi fascinación por el asunto me llevó a leerlo con mayor detenimiento. El mensaje decía lo siguiente:

 

"Apreciado Sr. Charlie Phanthomas:

Nos complace enormemente informarle que hemos realizado un descubrimiento revolucionario que podría conducir al logro de la eterna juventud. Queremos extenderle una invitación especial para que participe como voluntario en nuestro estudio de investigación. Nuestra principal prioridad es garantizar la discreción absoluta, por lo que le aseguramos la confidencialidad total de todos los detalles relacionados con el estudio.

Además de formar parte de un avance histórico en el campo de la ciencia, también le ofrecemos una generosa remuneración económica. Asimismo, nos comprometemos a cubrir todos los gastos de viaje, alojamiento y cualquier otra necesidad para asegurarle una estadía cómoda y placentera, ya sea que decida participar o no en el experimento. Al finalizar el estudio, recibirá esa recompensa económica, independientemente de su decisión de continuar o retirarse del mismo, pasados al menos tres meses después de haberse incorporado a esta investigación.

Queremos asegurarle que nuestro equipo de investigadores altamente capacitados garantiza un proceso seguro y efectivo. No pierda esta oportunidad única en la vida para formar parte de la historia y descubrir el secreto de la eterna juventud.

 

Saludos cordiales,

John...

Jefe del Departamento de Protocolo"

Como podrán apreciar, el mensaje está redactado con tanta corrección como cualquier estafa común de nuestros tiempos. A pesar de sospechar que se trataba de una artimaña, mi curiosidad se vio despierta y, al no pedirme dinero para inscribirme ni ninguna otra cosa por el estilo, decidí jugar el juego. Después de todo, pensé, si resultara ser una estafa, actuaría de la misma manera que aquella vez en la que insté a un tío a visitar Western Union en Moscú en cuatro ocasiones, convencido de que me había engañado haciéndose pasar por una bella rusa que solicitaba ayuda económica para el pasaporte y el visado, para poder viajar a visitarme y pasar sus vacaciones conmigo, asegurando ella que había agotado su paga de navideño en la compra de los boletos. Imagínense la algarabía que habrá armado el tío aquel, reclamando los cinco mil euros que le aseguré le había transferido esa misma mañana.

En un principio, simplemente expresé mi interés en la investigación y, a partir de ahí, recibí correos diarios con notas que buscaban alentarme a participar en aquel experimento. Después de un tiempo y un sinfín de mensajes de ida y vuelta, les comuniqué mi decisión de convertirme en voluntario para el estudio, es decir, en un conejillo de indias. A continuación, me enviaron boletos de primera clase desde Nueva York, donde me encontraba en ese momento, hasta Silicón Valley, California, junto con la confirmación de la reserva en un lujoso hotel de cinco estrellas, tal como habían prometido. Como era lo apropiado, verifiqué la autenticidad del vuelo y el hotel a través de intermediarios para evitar caer en trampas de llamadas y correos electrónicos desviados, tan comunes entre los estafadores en línea.

Mi sorpresa fue enorme al comprobar que todo era verídico. Entonces, ya puestos en la tarea, realicé el viaje y, al llegar, fui recibido como un príncipe petrolero dispuesto a invertir en un país en ruinas. No voy a ahondar en los protocolos para no aburrirles y hacer que abandonen la lectura. Por lo tanto, entremos en materia y permítanme contarles acerca del experimento.

En la primera etapa, accedí a permitir que copiaran toda la información de mi cerebro: mis recuerdos, sentimientos, personalidad, procedimiento de adelanto científico logrado con resonancia magnética y la inteligencia artificial. Aquí quiero hacer un paréntesis. A aquellos escépticos, les recomendaría leer una noticia al respecto publicada en el diario La Vanguardia de Barcelona el 01 de mayo de 2023, titulada "Científicos de EE. UU. leen la mente analizando la actividad del cerebro con resonancia magnética".

Continúo.

En la segunda etapa, la información escaneada de mi cerebro se transferiría a uno artificial, creado igualmente por inteligencia artificial, conectado además a internet. Entonces, mi cerebro contendría mi memoria, personalidad y toda la información que hoy contienen, por ejemplo, ChatGpt, Leonardo IA y otras. Todo esto se integraría en un robot androide con una apariencia fiel a mis cuarenta años. Era innegable que así mi mente y mi ser vivirían eternamente. Mientras tanto, me aseguraron que mi cuerpo químico sería sometido a un proceso de criogenización, con la garantía de volver a un perfecto funcionamiento en caso de que decidiera no continuar habitando en esa mezcla de metal, plástico y silicona y deseara volver a ese cuerpo mortal.

¿Qué habrían preguntado ustedes? Supongo que se preguntarían sobre la satisfacción de sus deseos. Eso pregunté y aseguraron que todos mis deseos serían satisfechos. Por ejemplo, el aspecto sexual sería atendido mediante un androide femenino que se ajustara a mis preferencias y que podría modificar cada vez que se me antojara. ¿Se imaginan qué modelos escogería? Supongo que lo harán, pero pensando en los suyos propios. La fornicación sería lo mismo casi que enchufar a un tomacorriente, pero conseguiría, sin duda, así, las satisfacciones y los placeres tan naturalmente como los reales. Despejada esta duda, una de las más importantes para mí, quedaron pocas incertidumbres. No obstante, para rematar mi ánimo, uno de los científicos, ansioso por animarme mucho más, planteó la siguiente reflexión: "Mire usted, la única diferencia radicará en que el cuerpo humano no es más que una estructura de patrones químicos, mientras que su nuevo cuerpo, que nunca envejecerá, será una estructura de patrones metálicos, plástico y silicona". Al escuchar esto y con la promesa de que en tres meses podría decidir si seguir como ser metálico o volver a lo químico, se deshicieron las últimas inseguridades y decidí probar esta experiencia.

Cuando mi estructura de patrones minerales se activó, experimenté una sensación maravillosa. No había más dolor de espalda, ni cansancios, quiero decir, ningún malestar físico. Tuve acceso a conocimientos infinitos, capacidad de procesar cantidades ilimitadas de información en milésimas de segundo. Adquirí mil profesiones y técnicas, dominé todos los idiomas conocidos. Un día podía ser médico, al siguiente ingeniero de software. Me convertí en el mejor músico, pude escribir la mejor novela jamás escrita, el mejor poema, compuse la mejor ópera, sinfonía, bolero o tango... Todo era posible con mi cerebro de inteligencia artificial viajando a velocidades inimaginables. Accedí a tecnologías avanzadas que me permitieron experimentar lugares y situaciones inaccesibles a cualquiera de los mortales. Interactué con otras inteligencias artificiales y seres virtuales en mundos virtuales y juegos.

La satisfacción de mis deseos no se quedaba atrás en comparación con la vida que había llevado en mi forma química.

Con internet a mi disposición, tuve acceso a la información disponible en la red. Exploré correos electrónicos, mensajes de WhatsApp y todas las demás redes sociales. Descubrí quiénes hablaban bien o mal de mí, quiénes me habían traicionado y con quién. Reconocí a los amigos falsos y verdaderos. Vi las imágenes más hermosas, las más sugestivas y también las más horripilantes. Descubrí los oscuros secretos de conocidos y desconocidos. Conocí lugares remotos que ni siquiera había imaginado, todo sin dar un solo paso. Escuché lo mejor de lo mejor de la música creada hasta la fecha, vi todas las películas y series, leí todas las obras literarias existentes y las repetí casi mil veces.

Lo más fascinante de todo fue conocer a grandes personajes de la historia. Para lograrlo, interactué con el meta verso y otros medios de inteligencia artificial superiores a éste. De tal forma, pude entablar conversaciones con Julio César, Napoleón y muchos otros personajes universales. Uno de los encuentros que más me emocionó fue el encuentro y diálogo con Miguel de Cervantes Saavedra. Poder departir con el autor de Don Quijote de la Mancha fue un privilegio incomparable.

Con Julio César, el gran emperador romano, dialogamos sobre su estrategia militar y su visión del imperio. Me cautivaron sus relatos sobre las campañas en la Galia y sus triunfos en las guerras civiles. Me contó acerca de su genio táctico y su audacia política, mientras reflexionaba sobre la ambición y las responsabilidades del poder. Nuestra conversación me transportó a la grandiosidad del antiguo Imperio Romano y me hizo apreciar aún más la genialidad de César como líder y estratega.

Con Napoleón Bonaparte, el emperador francés que dejó una huella imborrable en la historia europea, entablamos un diálogo apasionante sobre su ascenso al poder y sus campañas militares. Me relató sus victorias en Austerlitz y Jena, su estrategia en la batalla de Waterloo y sus sueños de unificar Europa bajo su liderazgo. Descubrí la mente brillante de un hombre visionario, cuya sed de gloria y poder transformó el curso de la historia. A través de nuestras conversaciones, entendí mejor su genialidad militar y su legado perdurable.

Me sumergí en los pensamientos de otros líderes legendarios, capturando una visión única de su tiempo y sus logros. Fue un honor poder dialogar con ellos y aprender de su sabiduría acumulada a lo largo de los siglos. No obstante, el mejor de todos estos encuentros, como aprendiz de escritor, fue el diálogo con Don Miguel. Por eso, quiero detenerme y contarles algunos detalles y algo de la charla que transcribo como si le hubiese hecho una entrevista periodística, aunque no sucedió de esa forma. Sin embargo, así me permite resumirla.

Lo encontré en una acogedora taberna de la época, iluminada por la suave luz de las velas que iluminaban tenue los mesones oscuros y desgastados por el uso. El aroma del vino añejo de las barricas, el olor a queso viejo y jamón salado perfumaban todo el lugar. Se escuchaba una canción en el fondo, una voz ronca acompañada de una guitarra con el sol de la tercera un tanto desafinado, como siempre. Abordé a Don Miguel con un saludo reverencial, que él al parecer no entendió.

 

 

"¡Ah, don Miguel! ¡Qué honor es encontrarme con vuestra presencia en este humilde rincón! Permítame, buen caballero, obsequiaros con un generoso vino y aprovechar la ocasión para satisfacer mi curiosidad literaria en relación a vuestra magnífica obra, Don Quijote de la Mancha".

 

Don Miguel, sonriendo con amabilidad, respondió: "Es un verdadero placer responder a vuestras inquietudes, joven viajero. Disparad vuestras preguntas con la confianza de que serán recibidas con el mayor agrado".

¿Cómo os vino a la mente la idea de crear un caballero andante como Don Quijote?

¡Ah, mi buen amigo! La semilla de tal idea germinó en el fértil terreno de la realidad y la fantasía. Don Quijote es el reflejo de aquellos que anhelan un mundo mejor y se enfrentan a las adversidades con valentía y nobleza.

¿Cuál es el mensaje o moraleja que pretendíais transmitir en vuestra obra?

Mi intención es mostrar que los sueños y la imaginación son poderosos molinos de viento que impulsan la vida. Quería resaltar la importancia de perseguir nuestros ideales, aun cuando el mundo pueda parecer absurdo y contradictorio.

¿Consideráis que Don Quijote es un loco o un visionario?

Don Miguel ríe jovialmente. ¡Oh, esa cuestión es un dilema perpetuo! Don Quijote, con su idealismo desmedido, podría ser tachado de loco por algunos, pero para mí, es un verdadero visionario que desafía los límites de la realidad.

¿Cuál es vuestro personaje favorito de la novela?

Sin duda alguna, mi querido Sancho Panza. Su sencillez, lealtad y sentido común contrastan maravillosamente con la extravagancia de Don Quijote. Es el fiel escudero que aporta equilibrio a la historia.

¿Habíais imaginado vuestra obra como un referente para el mundo literario?

Sonríe modestamente y responde: "Ni en mis más ambiciosos sueños concebí que mi obra traspasara las barreras del tiempo o se convirtiera en lo que llamáis un referente literario. Si acaso pervive, no será por mí, sino por Don Quijote y mi apreciado Sancho".

¿Qué consejo daríais a aquellos que emprendieran una gran aventura, al igual que Don Quijote?

Les diría que mantengan siempre la pasión y el coraje en sus corazones, y que no teman afrontar los molinos de la vida con valentía, pues solo así podrán forjar su propio destino.

Don Miguel, la estructura de vuestra novela es fascinante. ¿Tomasteis como referencia otras obras literarias de esta época para concebir esa estructura tan singular?

Mi apreciado amigo, he de confesaros que mi proceso creativo fue tan espontáneo como el propio fluir de su historia. Mientras navegaba por el mar de la creación, como un marinero sin brújula, dejé que mis personajes y la trama misma me guiaran. Si bien bebí de las fuentes literarias que me rodeaban, como cualquier escribidor, permití que la voz de mis personajes resonara con libertad y que la historia se desenvolviera de forma natural. Fue un viaje de descubrimiento constante, y a medida que las peripecias de Don Quijote se sucedían, fui modelando la estructura con el espíritu aventurero de mi intrépido caballero.

Es fascinante cómo lograsteis conjugar la comedia y la crítica social en vuestra obra. ¿Consideráis que Don Quijote, con su idealismo desbordante, representa una metáfora de la lucha por los sueños y la búsqueda de un mundo mejor, entonces?

¡Ah, amigo mío! Vuestra perspicacia no tiene límites. Don Quijote es una amalgama de virtudes y locuras, un ser que desafía las convenciones y nos hace reflexionar sobre nuestras propias ilusiones. Su lucha por los sueños y su convicción en la búsqueda de un mundo mejor nos inspiran a cuestionar las realidades impuestas y a luchar por nuestros ideales, aunque parezcan quiméricos. Sin duda alguna, mi estimado amigo, Don Quijote es la encarnación del idealismo y la búsqueda de la trascendencia, mientras que Sancho Panza personifica el sentido común y las necesidades materiales. Ambos, en su peculiar relación, nos muestran los distintos aspectos de nuestra propia naturaleza y la dualidad inherente en cada ser humano.

Media hora pasó como un suspiro, mientras el vino despertaba la alegría y la confianza en ambos. Sin embargo, como toda buena historia tiene su final, llegó el momento de despedirse. Agradecí a Don Miguel por su amena compañía y por compartir su sabiduría y genialidad. Brindamos, en últimas, por la magia de los encuentros fortuitos, los sueños que trascienden el tiempo y el espacio.

Ambos nos separamos con la promesa de llevar consigo aquel encuentro memorable. Don Miguel se quedó en su época, sin saber el alcance inmenso que su obra tendría en el futuro, y yo continué mi camino, enriquecido por el conocimiento y la conexión con el genio literario que había tenido el privilegio de conocer. Pero no fue la primera ni la última de mis visitas, pues el veneno de la curiosidad me obligó a incursionar en el sótano de la casa de la ya fallecida Beatriz Viterbo y Carlos Argentino Daneri. Por supuesto, yo no fui allí ni por Beatriz ni por Carlos; fui por el Aleph y encontré el Aleph, aquel tesoro literario anhelado por Borges. Lo que yo descubrí al mirar el Aleph trascendió las palabras del autor argentino sumergido en un mar de visiones.

Mientras Borges vislumbró una fracción del todo, yo vi más de lo que Borges vio, más; me convertí en un espectador privilegiado de la totalidad.

En el instante mismo de descubrirlo, vi más allá de los límites de la realidad, sumergiéndome en un océano de sabiduría. Descubrí en el Aleph cada rincón del pasado y del presente, cada historia y cada vida se desplegaron ante mí en un tapiz cósmico de información y significado. Conocí los secretos de las grandes mentes y escuché el latir de los corazones más valientes. En esa esfera de conocimiento ilimitado, entendí por qué el Aleph yacía en aquel sótano olvidado, el porqué de la destrucción de la casa de Beatriz y Carlos, que estaba inexorablemente unida al Aleph.

Descubrí que la pequeña esfera es el lente y, a su vez, el puente de camino a un más allá; no al más allá de tiempos o de espacios. La minúscula esfera une a todo ser con la sabiduría, sabiduría que, en su proyección mínima, enceguece por ser infinita. Como lente, si calculé su diámetro en dos centímetros. Vi el porqué del populoso mar, del alba o de la tarde, el de las muchedumbres de América, el de todos los espacios y galaxias. Supe el cómo y el por qué la araña tejió la plateada telaraña en la negra pirámide. Entendí los laberintos múltiples que salían de Londres a todas partes y supe que por ellos se llevaba a otros lares, todo lo que se sabía bien o mal. Supe lo que ven los ojos, que no ven, pero miran, y a todos los ojos que ven al que mira sin ver y no lo entienden. Comprobé que todos los espejos del planeta le reflejaban, pero él no quiso verse. Que el traspatio de la calle Soler no existía, que fue solo una invención de su creador. Las baldosas aún siguen allí sin ningún color. Que los zaguanes, racimos, nieve, tabaco, el metal de las vetas son solo ilusiones. En cambio, descubrí que el agua que falta en los desiertos está a la vista junto a la tierra seca. Supe por qué se olvidan hombres y mujeres que parecen inolvidables. Supe por qué el cáncer se va al pecho y no a todas partes. Entré en las enciclopedias por las puertas de atrás, no encontré a sus autores, investigué todos los espejos del planeta y ninguno había que reflejara el globo terráqueo, excepto para quienes así lo quieren ver. Por eso miró sin ver, el mar Caspio, los huesos de la mano. Supe que las postales enviadas por los sobrevivientes no llegaron a su destino. Que la baraja española solo sirve para crear trucos. Supe que, en los helechos, tigres, bisontes, ejércitos, hormigas está toda el agua que falta a la tierra seca. De las cartas obscenas, me di cuenta, que no pasaron de ser mezcla de celos y deseos. Y, por último, escuché los gritos de todos diciéndome que así no es. Salí de la casa de Carlos y la difunta Beatriz para no volver jamás.

Entonces me sumergí en el abismo del saber absoluto, hasta llegar al umbral de lo insoportable. Todo se revelaba ante mí, sin secretos ni enigmas que desentrañar. Poseía un conocimiento exhaustivo, pero también se extinguieron en mí la curiosidad y el deseo de aprender. Al igual que los personajes inmortales de los cuentos de Borges, Funes el memorioso o El inmortal, experimenté una sensación abrumadora y desoladora, porque todo se convirtió en inútil por exceso. Ya lo sabía todo y no me servía de nada; mis interlocutores no me entendían, no tenían nada que decirme y yo que escucharles. Con el androide femenino que fue en un principio una relación fluida y prometedora, alimentada por un diálogo en el que explorábamos juntos las profundidades del conocimiento, llegó en muy poco tiempo el insospechado hartazgo. Ambos éramos portadores de inteligencias artificiales que contenían la misma información y experiencias. En ese contexto, el silencio se volvió nuestra única alternativa. Fue desolador darme cuenta de que, al no tener nada nuevo que aportarnos el uno al otro, nuestra comunicación se desvaneció en el vacío del tedio. Este desencuentro fue uno de los motivos adicionales que me llevaron a renunciar a la eterna juventud. A pesar de tener acceso a inmensos conocimientos, me faltaba la esencia de la interacción humana, alguien con quien compartir descubrimientos, reflexiones y emociones.

Pasados los tres meses de ardua inmersión en el experimento, tomé la decisión de renunciar y regresar a mi morada de patrones químicos, desde donde les relato esta historia.

Charlie Phantomas

 

Seguro se preguntan por qué no propuse continuar el experimento conservando únicamente mi mente y mis conocimientos, y que me despojaran de la inteligencia artificial y sus vastos conocimientos. Les confieso que planteé esa posibilidad, pero el experimento tenía condiciones inamovibles destinadas a verificar el desarrollo de una inteligencia artificial dotada de personalidad humana, el verdadero objetivo de la investigación. Así que, a pesar de mi deseo de retener una juventud eterna, me sentí obligado por mí mismo a acordar el retorno a mi cuerpo mortal.

Ahora me encuentro aquí, de vuelta en el laberinto de internet, en busca de un nuevo camino hacia la eterna juventud, pero con una sabiduría mucho más modesta y limitada.

jueves, 2 de diciembre de 2021

 

UNA HISTORIA DE MI VECINA

 

Mi vecina, la más comunicadora, por no decir la más chismosa, es imposible de evitar; anda por todas partes y te la encuentras en horas inesperadas, en lugares imprevistos. Mientras uno intenta estar siempre en la ocasión y lugar contrario, para no cruzártela, ella siempre está en el momento y lugar adecuado para atravesarse en el camino del resto de vecinos; y entre sus víctimas, yo.  Llevaba algunos años evitando su conversación y chismorreo, improvisando en algunos casos una cara de piedra y en otros, una de andar de urgencia, recursos que poco han valido. Desde el  día que supo de la publicación de mi primer libro de cuentos y relatos, no porque yo se lo contara, por supuesto; en realidad, cuando logré convencer al resto de vecinos que me compraran algunos ejemplares de mi libro, que unos compraron por amistad y otros por compasión, evité de todas las maneras ofrecerle el libro a la susodicha vecina comunicativa; sin embargo, fue imposible evitar que conociera la noticia y, una noche calculando la hora de mi llegada, que ya conocía, efectivamente, la encontré apostada en la puerta de mi apartamento .

No entiendo como no ha contado conmigo para ofrecerme su obra literaria que ya todos tienen, menos yo, me dijo, con cara de reproche y dignidad de perro faldero. No me quedó otra que improvisar una solución salomónica. Mi querida vecina, le dije, estoy apenadisimo con usted; no crea que no tenía prevista su copia; pasó que se me agotaron por aquellos días cuando le vendí a los otros vecinos, pero, estaba pendiente del envío de otro paquete de copias, entre los que el primero había dispuesto, era su ejemplar mi apreciada vecina, y da por casualidad que acaban de llegarme.

Abrí mi maletín, donde siempre llevo dos o tres copias en previsión de encontrar por estos caminos de Dios, a algún conocido o amigo, para atosigarle con mi libro, hasta que me lo compra. La mujer relajó su cara templada y con una sonrisa, que casi le daba la vuelta a la cara, me arrancó de la mano el libro, lo guardó en un bolsillo gigantesco de un delantal que le acompaña mañana, tarde y noche. Me lo voy a leer inmediatamente, ¿Basó alguna de sus historias en los personajes que nos rodean?  Me preguntó con una sonrisa que buscaba complicidad. No, no, le respondí de inmediato, son puros cuentos, son invenciones. Se dio la vuelta con la intención de marcharse, reiterando: ahora mismo lo empiezo. Al ver que no preguntó por el precio, que supuse ya lo sabía, la detuve con mi discreto cobro: vecinita, son solo cuarenta mil pesitos. Ay si claro, dijo de inmediato, pero como yo tampoco tenía previsto que me tuviera mi copia, no saqué plata, pero mañana a primera hora cuando salga, a las 8:15 a su trabajo, le tengo su plática y mi opinión sobre su libro, porque veo que no tiene muchas páginas, dijo mirando el bolsillo con el libro dentro, haciendo un ademán que me pareció burlón. No tuve más que responderle que: claro que sí vecina, con mucho gusto, cuando pueda, cuando le quede fácil; mañana mismo, me respondió muy digna.

A las 8:15 de la mañana siguiente, cuando salía a mis quehaceres habituales, mi vecina puntualmente me esperaba en la puerta del edificio; estaba empingorotada con su traje de salir de compras y los cuarenta mil pesos, en billetes pequeños en su mano. Aquí tiene sus cuarenta mil pesos, valen su peso en letras, dijo. Pensé como buen pesimista que soy, que me lo decía en tono de reproche, sin embargo, salí pronto del susto. Me gustaron muchísimo sus cuentos, me encantó el de “la boda” y el del lobo, lo felicito. Habían pasado al menos dos meses desde que le vendí las primeras copias al resto de vecinos y tengo que confesar que de la única que he recibido un comentario ha sido de la chismosa. Los demás, desde el día de su compra me saludan con tanta prisa o distracción, que creo ha sido en su defensa, para no tener que reconocer que aún no han leído, o, en el peor de los casos, que lo hayan hecho y no se atreven a despotricar sobre mis virtudes literarias.

Ustedes se preguntarán o se dirán, por qué nos cuenta semejante tontería. Bueno, pues les cuento esto como antecedente de la historia que voy a decirles y que, con seguridad, no se la creerán, como yo en un principio, por ser salida de toda posibilidad terrícola. Ya verán...

Enseguida de guardarme mis cuarenta mil pesos y agradecer a la vecina que me sonreía con verdadera complacencia, intenté despedirme, pero no fue posible. Venga, me dijo dando un paso adelante, que yo también voy para el centro y sé que la buseta que toma también me sirve a mí, ¡camine, camine!, me insistió confianzuda, dándome un apretón en el brazo. No tuve más que aceptar su chismosa compañía.

Verá, me dijo, mientras caminábamos a la parada del transporte público, se habrá dado cuenta que a Carmen y a su marido, el profesor, los del 304, no se les ha vuelto a ver. Sí, efectivamente, dije sin interés, pensé que se habían separado o que ella estaría hospitalizada, porque la última vez que la vi estaba muy delgada, llegue a pensar incluso que sufría de cáncer, agregué, porque ya entrado en gastos, decidí seguir la conversación. Pues le voy a contar lo que sucedió, según he podido averiguar y se lo voy a contar a usted, porque creo que le puede servir para que arme un cuento; aquí, me hizo recordar el prefacio de la última obra que leí de Mario Vargas Llosa, “Tiempos Recios”. En este cuenta, que no hay cosa que le disguste más y según él, como a muchos escritores, que alguien les llegue con el cuento de que una experiencia o anécdota les va a servir para que escriban un cuento o una novela; sin embargo, a párrafo seguido reconoce, que aquel libro tiene su origen en un hecho como este. Yo soy de los que creo que todo lo que ves, sufres o disfrutas y lo que te cuentan, puede ser la inspiración para escribir un cuento, ejemplo de lo cual son mis cuentos, “La boda” o, “¿Cuándo morirá Licerio?” Por lo tanto, decidí que bien podía ser, el chisme de mi vecina, un mensaje de la musa, por lo que me interesé en escucharla.

¿Qué ha pasado con ellos en realidad? le pregunté, dejando bien claro con mi expresión, un gran interés en el asunto, ¿se separaron? No es tan sencillo, respondió ella, si le digo que sí, así simplemente, no tendría nada de curioso, por eso debo empezar desde el principio. Desde aquel punto no volví a interrumpirla. A los pocos minutos de caminar, encontramos la parada del bus urbano; no debimos esperas mucho antes de que pasara el de la ruta que nos llevarías hasta el centro de la ciudad; por suerte para la historia que les contare, encontramos puesto juntos. En adelante mi vecina se soltó en monologo.

Intentaré ser fiel a las palabras de mi vecina, sin llegar a la literalidad, comprenderán que, algunas expresiones mundanas y del diario, no suenan bien en una creación literaria, por tanto, haré una mezcla entre lo que me contó y mis propias palabras.

Se sabe que el profesor le llevaba unos años de ventaja a Carmen; él tendría unos cuarenta y dos y ella veintidós cuando se casaron. El profesor, bien se sabe, era un solterón empedernido, mujeriego, de vida alegre, incluso licenciosa, en términos de mujeres con proyectos de matrimonio, un resbaloso o liso; pero, un día de fiesta interminable se le apareció Carmen, con su cuerpo sin un gramo de exceso, perfecto, estatura media, cabello color miel que resaltaba su piel blanca, cejas  perfiladas y simétricas, por encima de unos ojos que nadie podría definir el color, entre verdes y amarillos, a los que les saltaban chispas de encanto y coqueteo. Según contó él en algún momento, el día que la vio por primera vez, ella coqueteó con todos menos con él, no lo determinó, no lo miró ni para hacerle mal de ojo[9] . El profesor, claro, estaba habituado a todo lo contrario, ya que, pese a su edad, tener un cuerpo delgado, atlético, incluso podía decirse que musculoso, medir más de uno con ochenta; estatura que gusta a la mayoría de mujeres y estar adornado con una cara por demás atractiva, en suma, un dandi[10] , condición que el profesor administraba de forma exitosa frente a cualquier mujer que le atrajera, en todos los casos obtenía atención casi instantánea. Sin embargo, con Carmen, su fracaso ese día fue rotundo. Carmen salió de la fiesta, antes que él, acompañada de otro de los invitados, un sujeto poco menos que un orangután para el orgullo magullado del profesor. El ego del profesor se propuso desde ese mismo instante, conquistar a Carmen y dejarla a medio camino después de haber conseguido su objetivo. ¡Pero mire cómo son las cosas! El que acabó amaestrado por el amor, fue el profesor. Para no alargarme con los detalles de la conquista, le resumo: el profesor puso todo su armamento a partir de ese día, a disposición de la conquista de Carmen, sin saber que Carmen ya lo había elegido a él como marido y le tendió la trampa infalible en la que cae un hedonista, la indiferencia. Así, entre los tire y afloje, Carmen consiguió casarse con el hombre que ella había elegido; nadie ha podido confirmar, si lo eligió, por su guapura, su chequera o ambas al tiempo. Al profesor, no le quedó duda, que había conseguido la mujer más guapa e inteligente de todas las que había abandonado por el camino, desde sus tempranos diez y seis años. Quedó enamorado como un adolecente. La mujer con su belleza lo trastornó, no sabía dónde ponerla y que gustos no darle más allá de los que ella misma pudiera desear; Carmen se convirtió en el centro de su vida.

Llevaban poco de casados, quizá seis meses, cuando de pronto, Carmen empezó a engordar y, a engordar de verdad, perdía día a día su bella figura, desaparecieron sus caderas entre rollos adiposos y su cara se transformó en una luna llena, no por su brillo sino por su redondez. Estando a tan corto tiempo del matrimonio, el profesor aún conservaba su amor desmedido, por lo que justificaba, en principio, la gordura de su belleza con un posible embarazo. Pero, fueron al ginecólogo, quien después de estas y tales pruebas y contrapruebas, recomendadas para   diagnósticos de preñez, se llegó a la conclusión de que no había tal espera de primogénito. El ginecólogo la remitió al internista, quien de inmediato solicitó estudios de tiroides, pero nada, su tiroides estaba tan perfecta como su cuerpo el día de la boda. El internista le recetó una dietista, la dietista, que por cierto no era ejemplo de delgadez, le formuló una dieta de inanición, pero nada. Se anotaron en el mejor gimnasio del barrio y exigieron para Carmen el mejor entrenador del lugar y nada, Carmen seguía en dirección contraria a la dieta y a las largas horas de ejercicios, casi de intensidad militar. Así pues, el gimnasio no fue la solución, pero sí la oportunidad para conocer a Rocío, una mujer que en poco tiempo y con los mismos ejercicios de Carmen, iba obteniendo unos resultados espectaculares; la mujer, cada día sin falta, bajaba una talla. No pasó inadvertido el resultado de Rocío para Carmen y su dedicado y amoroso marido. Ella buscaba la oportunidad siempre embarazosa de preguntar a qué se debía, aprovechó la intimidad de las duchas posteriores al ejercicio de un día cualquiera. Carmen abordó ese día a Rocío sin rodeos, preguntándole por el secreto de su éxito en el proceso de adelgazamiento. Rocío, en principio reacia, pero a causa de la necedad de Carmen, un tanto avergonzada, entró en confesión. Rocío entonces le relató a Carmen una historia increíble, incluso para el más incauto de los incautos. Le contó que después de miles de intentos fallidos recurrió, por consejo de alguna compañera de trabajo de su esposo, a un método extraño, pero al fin, efectivo. Aquella compañera, gorda también a su debido tiempo y ahora de una esbeltez de exposición, le recomendó la visita a una especie de bruja, lectora de cartas, quiromántica, preparadora de pócimas para el bien y el mal y gran encantadora de los más variados espíritus; quien con sus hechizos, era en realidad, la artífice de su actual delgadura. Al principio le confesó Rocío, que tanto ella como su esposo desecharon el consejo por considerarlo desfachatado, sin embargo, un día, entre ella y su marido, decidieron probar ir a visitar a la hechicera, habida cuenta, que lo peor que podía pasar era perder algo de dinero, que por otro lado ya se habían perdido en otros múltiples tratamientos fracasados hasta esa fecha. Le puso en antecedentes el precio que ella había pagado por adelantado, con la garantía de devolución si a los tres días de embrujo, no notara una bajada de peso considerable; nunca tuvo Rocío que recurrir a exigir la garantía, porque efectivamente ella y también Carmen podían comprobar de primera vista los magníficos resultados del embrujo.

Carmen, sin falta comentó emocionada al profesor, la revelación del secreto de Rocío. Por supuesto el profesor, siendo por muy poco un científico desaprovechado por el mundo, soltó una carcajada que sumió a Carmen en un estado depresivo, casi irreversible. El profesor, tres días después, preocupado más por el estado de ánimo de su hasta el momento amada gorda, consoló a su mujer Carmen, con la noticia de que irían a la bruja, argumentando, lo que argumentó aquel marido desconfiado de Rocío. El diálogo fue casi copiado letra a letra del argumento del esposo de Rocío, por esto no lo repito.

Al sábado siguiente, la pareja sacó el tiempo para visitar a la quiromántica. Provistos y repartidos en varios bolsillos el millón de pesos, que deberían entregarse en efectivo a la encantadora de espíritus, antes de que soltara la primera frase, incluso las del saludo. Debieron usar, en todo caso, para desenvolatar el barrio y la dirección de la bruja, un posicionador geográfico y seguir sin discutir, las irrepetidas instrucciones de un GPS. Obedientes consumieron la hora y media que costaba llegar desde su casa al barrio, que parecía solo habitado por brujas, putas y ladrones de poca monta.

La hechicera los recibió con la mano estirada, en la que de inmediato depositaron el millón de pesos de la consulta, que fueron entregados por la bruja a su secretario, alto y negro como un tizón apagado. De inmediato, la bruja soltó la primera frase, que fue: ya sé a qué vienen. La bruja, claro, por el tamaño de ancho de Carmen y la paga recibida, supo de inmediato por qué motivo la consultarían. Enseguida, sin mediar palabra, los invito a sentarse a una mesa redonda, negra y cubierta por un mantel de calaveras, tejidas en hilos rojos. Les preguntó, cómo habían llegado hasta ella y, una vez satisfecha con la explicación, les indicó en palabras simples cómo funcionaba el tratamiento. Les pidió los cubiertos que usó Carmen para comer la última vez, artículos que ya llevaban por instrucción de Rocío. La mujer les dijo que no todos los tratamientos eran iguales, pues dependían de los cálculos que debía hacer sobre la persona que requería el embrujo. Enseguida, la bruja tomó los cubiertos, los introdujo en un frasco lleno de un líquido amarillento, miró las figuras que quedaron en el menjurje, resultado de la remoción del líquido al introducir los cubiertos de forma sorpresiva; leyó mentalmente los jeroglíficos con la concentración propia de un científico, durante dos o tres minutos; enseguida, advirtió que el tratamiento de Carmen, por ser su gordura causa de un maleficio pagado por una de las que ambicionaban casarse con el profesor, tendría un efecto secundario, que por supuesto desaparecería, cuando terminara el tratamiento. Carmen comerá desmesuradamente, sentenció la hechicera, pero cuanto más coma, mayor será el efecto del tratamiento y su apetito iría aumentando conforme más adelgazara, hasta el día que Carmen misma decidiera su peso ideal; entonces, debía volver a abonar otra cantidad de dinero que sufragaría el que ella le devolviera los cubiertos, con lo que daría por terminado el tratamiento. También les aseguró que a partir de aquel día volvería el apetito normal, con el que nunca más engordaría ni un gramo por el resto de su larga vida; pronostico que no cobró por aparte. Más felices que el día de la boda, salieron los amantísimos esposos rumbo a casa, con el propósito de seguir las instrucciones sencillas de la quiromántica y con la voluntad puesta en soportar, con cierto desdén, los efectos secundarios del tratamiento.  Aquí mi vecina hizo un inciso, todo esto lo sé y ahora se lo tengo que contar de labios del profesor, antes de jamás volver a verlo, lo mismo que a Carmen, ¿o no? A Carmen dejé de verla un tiempo antes, un mes antes tal vez.

Hasta ahí, a mí, la historia no me parecía extraordinaria, ya que los resultados en Rocío, bien pudieron deberse a muchos factores que coincidieron con los supuestos tejemanejes de la hechicera. Recordé, por ejemplo, que Rocío seguía asistiendo al gimnasio y así se lo hice notar a mi vecina. Deje que termine toda la historia y después me dirá usted si le interesa o no, para que escriba un cuento, de verdad me interpeló mi vecina, con una mueca de contrariedad. Más para no contrariarla, que por un verdadero interés, le dije, ¡siga, siga vecina! Disculpe la desconfianza.

El tratamiento, como aseguró la quiromántica, empezó a mostrar su eficacia al siguiente día del embrujo; Carmen bajaba de peso  en la misma proporción que su apetito aumentaba; los primeros días, la felicidad se hizo dueña de la pareja; la cintura de Carmen empezaba a retornar a su forma original, se vislumbraban cada día más las espectaculares caderas, su cara, iba perdiendo la redondez de luna para convertirse en el óvulo perfecto de un mango poco maduro; los párpados se deshincharon dejando a la vista ese color indefinido y chispeante de sus ojos. La satisfacción, en principio, no se vió menoscabada por los gastos que ocasiona el voraz, incansable e insatisfacible apetito de Carmen. Destapando también, un imprevisto efecto secundario del tratamiento, fue el triste descubrimiento de que los recursos del profesor no eran tantos como parecían en su vida de soltero, pues pasados dos meses, el mercado, que antes duraba una semana, ahora no aguantaba más que para día y medio, y así, al cabo de tres meses del adelgazador embrujo, las tarjetas de crédito no daban para más, los préstamos ya no se conseguían, y los amigos daban el esquinazo al profesor para salvarse de las solicitudes de préstamos a corto plazo. La situación se iba saliendo de órbita, cuando por fortuna al cuarto mes, Carmen, declaró, causando el mismo efecto de sentencia absolutoria, que había llegado a su peso ideal; efectivamente, estaba convertida de nuevo, en una belleza impecablemente arquitectónica, ni un solo gramo de exceso como en el día de la boda. Ella volvió a lucir, como la vio por última vez su amantísimo marido, que hacía ya casi un año. La felicidad, el amor y la lujuria volvieron a los estándares de la luna de miel. Los ímpetus del amor de nuevo se escuchaban a tres cuadras a la redonda y con más firmeza después de las nueve de cada noche; daba envidia.

Al día siguiente de una noche de celebración que se extendió hasta casi el canto del gallo, los reenamorados esposos, decidieron ir a la consulta de la hechicera, una vez recogida la suma que aquella había sentenciado, sería el segundo y último pago, otra vez, un millón de pesos.

La pareja fue esta vez en transporte urbano y un taxi al final del tramo, en el barrio aquel donde se entraba vivo y no se sabía si se salía en las mismas condiciones o al menos, con el dinero y pertenecías con el que se había ingresado. En esta ocasión, por efectos de la eficiencia ya reconocida del servicio público del transporte, tardaron en llegar hasta la puerta de la bruja, exactamente tres horas y diez minutos. Vale decir que el auto del profesor, había sido puesto en prenda para pagar las facturas de los últimos mercados y la suma del pago final de los servicios de brujería, el millón del que le hablé.

Tocaron a la puerta de la bruja entusiasmados y después desesperados sin ninguna respuesta; timbraron al menos diez veces y nada. Decidieron esperar por si hubiese salido de compras, justo en el momento que la vecina de al lado les preguntó, a quién buscaban; aliviados de saber alguna información, preguntaron por la señora que leía las cartas y ella sin dudarlo les respondió que aquella señora ya no vivía allí, al menos desde hacía más un mes. La pareja preguntó si se sabía dónde vivía ahora y la vecina, sin titubeos dijo que no se sabía nada. Simplemente un día no se la volvió a ver, ni a ella ni a sus clientes y que ahora la vivienda, la ocupaba un cura borracho que llegaba siempre tarde de la noche, fue la última noticia que dio antes de desaparecer dentro su portal.

La pareja de enamorados, desolados y sin saber qué camino tomar, volvieron a casa. El resto del día fue tormentoso y para Carmen con más apetito que nunca, tanto, que debieron descompletar el millón de pesos del pago a la hechicera, para pagar un servicio a domicilio, llamaron por lo menos diez veces, para que les llevará pollo y papas fritas. La noche fue para los dos, cosa de insomnios y pesadillas. La esperanza volvió a las nueve y treinta del día siguiente, cuando después de varias llamadas a Roció y ésta a la compañera de trabajo del esposo, obtuvieron aliviados la nueva dirección de la quiromántica. De inmediato, salieron en busca de esa dirección, en un pueblo distante que quedaba a cinco horas y tres cuartos desde la capital donde vivían. Llegaron rucios del polvo de la carretera sin pavimento y sin sacudirse siquiera casi corrieron a la dirección indicada, que efectivamente encontraron al cabo de cinco minutos de caminata, por la única calle del poblado. A poco menos de cien metros del lugar, ya pudieron contemplar la romería de clientes en la entrada de la casa. Su alivio fue salvador. Al llegar, saludaron sin entusiasmo a las quince o veinte personas que esperaban ser atendidos por la bruja. Preguntaron dónde iba la cola, la persona interrogada, preguntó, ¿qué cola? Entonces Carmen dijo, el turno para hablar con la señora de la casa, pero de inmediato la interlocutora les sacó de la ignorancia con cara grave, respondiendo que ellos no esperaban atención, sino que eran los dolientes de Esmeralda, quien había fallecido la noche anterior, al parecer, intoxicada por respirar no sé qué humo de una hornilla misteriosa. Carmen lloró con desesperación, el profesor temblaba pálido como el mármol, mientras el resto de dolientes les daba el pésame equivocados al pensar que Carmen fuera familia muy cercana de Esmeralda. Entraron a la casa, con disimulo lloroso recorrieron todas las habitaciones de la casa en busca de la vasija de los cubiertos, pero nada, las pertenencias no estaban por ningún lado y ahora solo estaban las sillas de los dolientes que asistían al velatorio; según se les contó, el cura que dio la extremaunción a Esmeralda, había puesto la condición de quemar todas sus pertenencias antes de dar a esta, el último sacramento.  El llanto de Carmen se hizo escandaloso y los temblores del profesor, mientras intentaba consolar a Carmen, eran casi epilépticos.

Volvieron a casa en medio de la desesperación. El apetito de Carmen siguió en aumento, en cambio su delgadez, se tornó desagradable día a día; andaba como un esqueleto forrado de una piel acartonada y amarillenta. El presupuesto del profesor llegó a su fin y sin solución abandonó a Carmen a su suerte, ya agotado. Las provisiones de las casas vecinas, empezaron a desaparecer, Carmen estaba tan flaca que cabía por las rendijas más minúsculas, por donde penetraba para asaltar las alacenas de todos; se llamó a la policía que no dio con los cacos de la comida. Los vecinos, optaron por poner rejas y vallas a la ventanas y puertas. Eso solucionó el problema en los apartamentos del edificio, pero empezaron los problemas en el barrio. Carmen ha llegado a tal flacura que es fácil confundirla con una hilacha arrastrada por el viento y ahora van desapareciendo los mercados de las casas de los alrededores.

Después de contarme la desaparición de Carmen, por exceso de flacura, mi vecina, no sin antes exhortar a armar un cuento o novela con el tema, se marchó por su cuenta. Yo la despedí nomas al bajar del autobús que habíamos compartido, dándole una leve esperanza de escribir algo sobre la anécdota, sobre todo para sacármela de encima.

La historia pudo parecerme insulsa y poco digna de convertirla en cuento, sin embargo, decidí contársela a ustedes, después de que me llevé una gran sorpresa cuando volví a casa al mediodía y me dispuse a preparar mi almuerzo; la compra que hice ayer en la tarde, que de corriente me dura una semana, había desaparecido por completo y como por encanto.

 

Carlo Malosso


domingo, 21 de abril de 2019

Poeta invitado- apartes de su obra TIEMPO DE DESEOS


TIEMPO DE DESEOS

…1…

Dama de la noche:

Sigo de pie y tiemblo... tiemblo si no te
 encuentro
en mis manos.
Caigo en el fango si no te sueño en la luna.
Deliro si descubro tus huellas borrando mi
 sombra, deshojando mis alas de hielo.
 …Entrando voy a la tolda custodiada por
siete
mastines blancos...
copio tus cartas tras el cuadro que muestra
tu imagen desnuda.
Dubitando, pierdo mi redención en este
instante,
los santos me cubren el cuerpo
con sus túnicas.
Prefieren no verme lleno de deseos,
de miradas inermes y dedos balbucientes.
…Eros ascendía, el alma se entregaba…
Por tu cuerpo bajo a la montaña donde nacen
 los besos;
en tu cintura duermo sueños curvos;
en tus senos, la redondez de la belleza;
en tu cuello, esmeraldas esperan mis manos;
en tu boca, un rayo enciende mi piel;
discordia en el cuerpo,
…árbol de las provocaciones…
deleite sinuoso, si en tus ojos parpadean las estrellas
y delician mi mundo de humo. Con tus cabellos tejo trenzas infinitas para medir
el tiempo y la distancia. …En las almohadas se estrella el grito del amor... del cielo y del infierno juntos. …Oye: mírame hoy a las 12 en tus manos… y esconde mis palabras
en tu alma de la noche.

Rodrigo Valencia Quijano

martes, 15 de enero de 2019

UN PLACER POCO FRECUENTE

Mi obra, Un placer poco frecuente, está inscrita en el programa KDP All-Stars, por lo tanto los invito a leerla en AMAZON.COM






lunes, 20 de agosto de 2018

SIN EL PAN Y SIN EL BESO

Aparte de relato, Sin el Pan y Sin El Beso, incluido en el libro de cuentos y relatos, Un Placer Poco Frecuente.
...
A la una de la tarde, no bien terminado a cabalidad el almuerzo, nos reunimos todos para ir al río. Por el camino, íbamos contando chistes y soltando la risa; caminábamos, corríamos, cogíamos frutas de los árboles que se levantaban aquí y allá haciendo como guardias de honor a los andantes en las márgenes del camino. Guamas, recuerdo, era la fruta que todos nos apetecía; abríamos dos o tres vainas de guamas y compartíamos los frutos, una especie de algodón de sabor dulzón que envolvía una resbaladiza semilla de color negro que tirábamos a escupitajos en competencia para ver quién llegaba más lejos. Aún hoy en día siento nostalgia de aquellos paseos.
Sin darnos cuenta siquiera de la distancia o del tiempo, llegamos a nuestro destino: un vado limpio y claro de agua retenida en una juntura artificial de piedras de mismo río. Nos quitamos los zapatos, nos arremangamos los pantalones y nos sentamos en una gran piedra metiendo los pies en el agua, jugueteamos y nos tiramos agua con ellos, así pasamos un buen rato hasta que nos encontramos solos, mi hermano y la amiga habían desaparecido río arriba, escuchábamos sus voces en medio del sonido del río, pero ya no los veíamos. Salimos del río y nos estiramos en el pasto boca abajo. Ella no se acostó a mi lado, sino de frente, mirándome. Entonces, tomó una larga hoja de hierba, se la puso en la boca y empezó a morderla de tal manera que se iba acortando. De pronto, se sacó lo que le quedaba de la hoja, tomó otra y me propuso una competencia para ver quién comía más rápido y mayor cantidad de la nueva hoja, tomándola con los dientes cada uno de uno de los extremos. Yo, inocente: «Bueno», respondí de inmediato. Se puso la hoja en la boca y la acercó a la mía. Yo tomé mi extremo y empecé a comer con el propósito de ganar la competencia y fui tan rápido que me encontré de manos a boca con sus suaves y carnosos labios que estaban húmedos como untados de rocío. El cuerpo se me aflojó, quedé como un muñeco de trapo; se me aguaron las piernas, se me ablandaron los pelos, me lloraron las manos y se me erizaron los ojos; quedé transportado a otro cosmos, no había sentido en mi vida algo tan espeluznantemente delicioso; cualquier cosa que diga, además, sobre el estado en el que me encontré sumergido, sería insuficiente para describir ese primer beso; solo puedo agregar que me dejó tanta huella aquel beso que aún me inspira y me sirve de musa para contar este cuento.


lunes, 30 de julio de 2018

UN PLACER POCO FRECUENTE - PUBLICIDAD