lunes, 20 de agosto de 2018

SIN EL PAN Y SIN EL BESO

Aparte de relato, Sin el Pan y Sin El Beso, incluido en el libro de cuentos y relatos, Un Placer Poco Frecuente.
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A la una de la tarde, no bien terminado a cabalidad el almuerzo, nos reunimos todos para ir al río. Por el camino, íbamos contando chistes y soltando la risa; caminábamos, corríamos, cogíamos frutas de los árboles que se levantaban aquí y allá haciendo como guardias de honor a los andantes en las márgenes del camino. Guamas, recuerdo, era la fruta que todos nos apetecía; abríamos dos o tres vainas de guamas y compartíamos los frutos, una especie de algodón de sabor dulzón que envolvía una resbaladiza semilla de color negro que tirábamos a escupitajos en competencia para ver quién llegaba más lejos. Aún hoy en día siento nostalgia de aquellos paseos.
Sin darnos cuenta siquiera de la distancia o del tiempo, llegamos a nuestro destino: un vado limpio y claro de agua retenida en una juntura artificial de piedras de mismo río. Nos quitamos los zapatos, nos arremangamos los pantalones y nos sentamos en una gran piedra metiendo los pies en el agua, jugueteamos y nos tiramos agua con ellos, así pasamos un buen rato hasta que nos encontramos solos, mi hermano y la amiga habían desaparecido río arriba, escuchábamos sus voces en medio del sonido del río, pero ya no los veíamos. Salimos del río y nos estiramos en el pasto boca abajo. Ella no se acostó a mi lado, sino de frente, mirándome. Entonces, tomó una larga hoja de hierba, se la puso en la boca y empezó a morderla de tal manera que se iba acortando. De pronto, se sacó lo que le quedaba de la hoja, tomó otra y me propuso una competencia para ver quién comía más rápido y mayor cantidad de la nueva hoja, tomándola con los dientes cada uno de uno de los extremos. Yo, inocente: «Bueno», respondí de inmediato. Se puso la hoja en la boca y la acercó a la mía. Yo tomé mi extremo y empecé a comer con el propósito de ganar la competencia y fui tan rápido que me encontré de manos a boca con sus suaves y carnosos labios que estaban húmedos como untados de rocío. El cuerpo se me aflojó, quedé como un muñeco de trapo; se me aguaron las piernas, se me ablandaron los pelos, me lloraron las manos y se me erizaron los ojos; quedé transportado a otro cosmos, no había sentido en mi vida algo tan espeluznantemente delicioso; cualquier cosa que diga, además, sobre el estado en el que me encontré sumergido, sería insuficiente para describir ese primer beso; solo puedo agregar que me dejó tanta huella aquel beso que aún me inspira y me sirve de musa para contar este cuento.


lunes, 30 de julio de 2018

UN PLACER POCO FRECUENTE - PUBLICIDAD


martes, 24 de julio de 2018

SIN EL PAN Y SIN EL BESO


Aparte del relato, Sin el pan y sin el beso, incluido en la publicación Un placer poco frecuente
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La noche en la que entablé intimidad con el contrabajo, estaba yo acostado ya, cuando de pronto llegó hasta mis oídos y hasta mi cuerpo, el sonar de una música bailable, acompañada de un retumbar que llevaba el ritmo. Escuché dos o tres temas y ya sin poder contener la curiosidad, especialmente por ese retumbar, me levanté, me vestí, salí a la calle y me dejé guiar por el sonido de la música. Llegué al cabo de caminar dos calles hasta la casa de quien sería, por un largo tiempo, el primer novio de una de mis hermanas mayores; allí estaba montada la parranda. Me estacioné en la orilla de la puerta de entrada de esa casa que coincidía también en ser la puerta de la sala de aquella grande y colonial vivienda. Cinco músicos hacían bailar con sus ritmos cumbancheros a un grupo de parroquianos que no descansaban de bailar ni entre tema y tema, se bailaban hasta los silencios. Yo, mientras, disfrutaba de todo, pero especialmente con un señor que, vestido de impecable negro fúnebre, desprovisto totalmente de cabellera y que de poco no era un liliputiense, daba con fuerza, alegría y mucho ritmo a las tres cuerdas de tripa de cordero de su inmenso instrumento, del que supe poco después que llamaban contrabajo. Como si fuera posible mi deseo, a cada final de canción, pedía en mi mente que la repitieran, pensado que la siguiente no sería tan buena como la que finalizaba, pero la que seguía, me gustaba tanto o más que la última y así, hasta el final de la fiesta, cuando los danzantes de danza parecían tener ya los huesos aflojados. A la hora final, no recuerdo cual, no tuve otra solución que irme a dormir el insomnio que me había dejado la emoción de ver y escuchar el ritmo y sonoridad que le daba el contrabajo a esa música.
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martes, 17 de julio de 2018

¿CUÁNDO MORIRÍA LICERIO?


Relato completo en la publicación: 

Un Placer Poco Frecuente. 

Amazon.com

Suelo aprovechar para echar una ojeada rápida al diario mientras tomo el primer café del día; nunca me detengo, en realidad, a leer toda la noticia, me limito casi siempre a los titulares. Sin embargo, en esta ocasión, el titular anunciaba la muerte de un personaje del común, que de corriente no es titular de ningún diario en parte alguna del mundo, pero las circunstancias de la muerte habían logrado incrustarla como noticia de primera plana, y hacer que yo la leyera con suficiente interés como para no saltarme ni una coma, y no sé por qué, o cuál razón, me trajo a la memoria, al bueno y trágico Licerio.
La vida de Licerio era eso, una tragedia, una de aquellas de película de poca monta, en la que excepto el protagonista, y tal vez el camarógrafo, logra sobrevivir hasta cuando el último cuadro que anuncia FIN, y para mayor desgracia de un buen cinéfilo, sin rasguño alguno digno de las peripecias y aventuras vividas.
Por supuesto, el día que contrajimos nuestra amistad, fue a consecuencia de una de sus innumerables tragedias.
Caminaba yo por las calles estrechas del centro de la ciudad; el sol brillaba con prudencia, dándole al día un temperamento apacible. Así, el día no pronosticaba catástrofes o desgracias dignas de pesadumbres o lamentos graves, pero claro, los días no siempre aciertan en sus presagios, porque, al menos para Licerio, de alguna manera no lo fue; pues, una vez más, acababa de hacerle otro quite a la parca.
La pequeña catástrofe aconteció ante mí en un abrir y cerrar de ojos, justo en la acera de enfrente por donde transitaba en paz y a buen recaudo del peligro.
Licerio, largo en el sentido literal de la palabra, pues por poco no alcanzaba la longitud de una escalera capaz de llegar a un segundo piso, y tan flaco que cualquiera a más de veinte metros podía confundirlo con una guadua fuera de lugar, había evitado en esta ocasión su trágico deceso, justo gracias a esto, a su delgadez, pues en el recodo en el que había quedado atrapado, apenas si cabía él y algo de aire. El oxidado parachoques del gigantesco autobús había dejado un pequeño triángulo de espacio salvavidas entre el portalón de recia madera de la casa y un extremo de su gruesa pared.
El conductor de la bestia metálica se tragó la señal de pare. Intentando esquivar al vehículo que se le venía de canto, giró a la derecha y continuó sobre el andén por donde caminaba el trágico Licerio. A continuación, se lanzó sin ninguna consideración, contra el portalón de la casa esquinera y, de paso, sobre Licerio que retrocedió a la velocidad del rayo refugiándose en el dintel del portalón, en su intento por evitar ser apachurrado y destripado por el monstruoso armazón del vehículo.
Cuando la mole metálica quedó definitivamente empotrado contra la esquina del portón de la mansión, y dio a entender que no consideraba proceder en mayores actos criminales, me pareció ver una sombra salir escurriéndose por la pared del rincón donde se hallaba Licerio; podría haber sido la proyección del cruzar de una ave frente al sol que daba en ese momento de lleno al lugar, sin embargo, en tales circunstancias, me dio por pensar que el hombre había finiquitado y su alma se largaba para donde quiera que se vayan las almas, sean de inocentes o culpables.
Por supuesto, una vez que el peligro había tocado el punto más bajo, corrí al otro lado de la calle, me asomé al dintel semidemolido, y para mi sorpresa, y satisfacción, el autobús le había dejado a Licerio, como les cuento, el espacio exacto para permanecer con vida; ni una gota de sangre, ni torcedura o destripamiento, no le faltaba ni un diente; lo único que resaltaba eran sus ojos, fuera casi de sus órbitas, y la palidez en su cara como la blancura de queso fresco. Trepé sobre el parachoques del vehículo agresor, le extendí la mano derecha para ayudarlo a salir de su madriguera, él la tomo con su izquierda, lo halé hacia arriba, puso sus pies temblones sobre el parachoques, y desde allí de un salto, los dos, al suelo.
Para ese momento, el conductor de la mole mecánica, con su cara inconfundible de chofer de bus, también provista de una blancura que incitaba al mareo, descendía del vehículo repitiendo como loro espantado y a voz en cuello, que el accidente había sido consecuencia de un fallo mecánico. Así, después de repetirlo al menos diez veces, y habida cuenta de que las lesiones del asustado Licerio no pasaban del daño emocional, los discursos de unos y otros, incluso los de un buen número de curiosos entrometidos que nunca faltan, terminaron sin más, en tablas.
Le invité enseguida a tomar algo para que aliviara el susto; nos metimos en el primer chiringuito que estaba a la vuelta de la esquina con la sola intención de tomarnos una cerveza, pero vino otra y otra hasta que, al fin, la ingestión de la bebida nos acarreó una borrachera como mandan los buenos cánones del mal comportamiento. Claro, las historias que iba desgranando Licerio sobre cuántas veces había esquivado el óbito se volvieron casi interminables y no dejaban más opción que la sed que debíamos aliviar con más cervezas.



martes, 29 de mayo de 2018

UN PLACER POCO FRECUENTE

YA A LA VENTA LA RECOPILACIÓN DE CUENTOS Y RELATOS, UN PLACER POCO FRECUENTE, EN AMAZON.COM , FORMATO KINDLE O PAPEL Y TAPA BLANDA.

NOVELA CORTA, UN CUENTO MUY CORTO

Escribía con mucho esfuerzo mi primera novela corta. Llevaba ya cosa de dos capítulos. El argumento debía entrar por tanto en el nudo, y la trama me exigía, por eso, que uno de los personajes muriera, debía morir de manera trágica, además. Dicho de otra manera, debía matar, en ese tramo, a aquel personaje que existiría durante toda la historia, pero muerto, sin lo cual la historia no tendría sentido alguno...



jueves, 10 de mayo de 2018

domingo, 6 de mayo de 2018

Presentación del libro, UN PLACER POCO FRECUENTE (EN AMAZON.COM)



Cómo nació todo esto.

La reunión en la que se dio inicio a este proyecto, la publicación conjunta de algunas obras dispersas de un grupo de escritores noveles, dispersos, fue, por no decir otra cosa, un encuentro disperso. Cada uno opinó lo contrario de cada quien y ninguno de los invitados, en principio, estuvo de acuerdo con aportar sus dispersas obras para ser publicadas con otras tan dispersas como las suyas, en un solo libro. Yo, que había leído de los invitados algún que otro cuento o relato, era en realidad el único empeñado en publicar un libro con una o dos obras de cada uno; consciente de que ninguno por sí solo contaba con un grueso de relatos o cuentos, suficiente, para convertirlo en un libro digno de un digno atractivo. A lo sumo, el que más, había escrito dos o tres obras, y, conociéndolos como los conozco, no abrigaba esperanzas de que pudiera alguno escribir material suficiente para, por sí solo, publicar una obra completa antes del siglo XXII.

Karlo Perronni, por ejemplo, no se centró en la reunión en momento alguno; dedicose, como casi siempre que se habla con él, a relatarnos sus mil y una aventuras amorosas, bueno, amorosas…, sus conquistas más vale, porque ninguno de nosotros lo ha visto alguna vez enamorado. Vale aclarar, que no pocos de los pocos asistentes creen en sus innumerables historias de conquista, de las que, por lo general, escribe sus cuentos o relatos. Al contrario, aseguran que son solo ficciones que termina él por creerse como experiencias de su vida propia. Aquí entre nos, yo creo, en parte, que esas afirmaciones pueden ocultar un poco de envidia y celos, ya por sus aventuras, ya por su éxito con las mujeres o por su habilidad para convertir sus aventuras en literatura. Para no ir muy lejos, por ejemplo, de buenas a primeras en medio de una reunión pretendidamente seria, nos interrumpe y dice: «Dejen de hablar tantas bobadas y escuchen esta historia. El martes pasado salimos, como de costumbre, los amigos y amigas de siempre a tomarnos el café y la cerveza de la tarde. Martes, día poco aconsejable para más juerga, ya lo saben. Sin embargo, surgió, de buenas a primeras, motivo para mejorar la noche: el cumpleaños de una amiga de Dore, una de las infaltables del grupo de amistades al que pertenezco y, para ratificar además la afirmación de Gabo de que en Colombia toda reunión de más de cinco personas, agravado por la circunstancia de contar con un pretexto, agrego yo, está condenada a degenerar en baile, nos fuimos a bailar como si de viernes se tratara la noche. Nos fuimos para Cabo Verde, ese bar del casco antiguo que alguna vez habrán visitado, cuyo aspecto amarillento, lleno de sombras grises y negras por aquí y por allá, le da el aspecto de funeraria de pueblo antiguo, además de ese fúnebre propietario sin un pelo en la testa y a su vez discman, que coloca siempre buena música salsa».

»Después de bailar la segunda pieza con una atractiva mujer que era parte del séquito del cumpleaños, quise entrar más en detalle con la intención de romper el hielo. Le pregunté si salía con alguien, a lo que ella respondió que no. “¿Hace cuánto terminaste con el último?”, continúe yo con mi interrogatorio. La dama en cuestión, de manera casi automática, me dice “Hace ya un año”. “Ajá”, continúe yo ya curioso, “¿Por qué terminaron?”. “Por ningún motivo, no había ningún motivo para terminar”, me respondió ella. “O sea, que aún lo amas, supongo”, le digo. “Sí, muchísimo ―me dice―, lo sigo amando”. “¿Alguna posibilidad, pues, de que vuelvan?”, le interrogo; y ella responde “Ninguna”. “¿Es que no está aquí, está lejos?”, pregunto. Ella se calla un momento. Miro su silencio con interés y observo en sus brillantes ojos negros una lacrimógena tristeza: “Ya no está en este mundo”, me dice bajando la mirada de sus ojos húmedos. Sorprendido por la inesperada respuesta no puedo decir más que: “Lo lamento, siento mucho tu perdida”, lo acostumbrado en un funeral. Sin embargo, salido del susto, se me ocurre decirle algo para animarla, que no deja de ser verdad: “Puedo decirte que tienes la pena de no tenerlo presente, pero la fortuna de tener un amor eterno: es esa es la única manera de tener un amor eterno, todos los demás se consuman, se agotan y se mueren inexorablemente; en cambio, el que tienes lo tendrás por siempre”. Mientras la pieza que bailábamos iba llegando al final, me miró a los ojos con cierta dulzura y me dijo: “Esa es la manera cómo debo verlo, gracias”; ella enseguida se sentó a la mesa que ocupamos. La miré, con interés pecador, al decir verdad. “Es muy guapa ―me dije―, me gustaría tener con ella un amor de aquellos que se agotan y al fin mueren, como todos”, pensé.

―Pura invención ―dice Malosso entre dientes. A lo que Duthosso agrega:

―Dudo mucho de tu historia y como relato lo veo flojo.

―La historia es verdadera una palabra de más o de menos ―dice Perronni, y a la realidad no se le puede cambiar nada; ahora que, como relato, acepto que puede mejorarse, por ejemplo, podría yo en este, terminar con ella en la cama y también muerto, luego ustedes descubrir que la mujer mata a sus amantes o que los contagia de una enfermedad desconocida y por eso mueren. Asuntos que podrían suceder en el relato, si decido escribirlo y publicar con ustedes, tomando la propuesta nuestro anfitrión.

―Eso ya lo veremos ―interviene Phantomas con su cara seria y adusta.

―Yo no voy a publicar nada si todos no se empeñan en publicar obras serias. Lo único serio en la vida es la muerte, y la propia, porque las de los demás bien puede causar mucha risa o al menos una gran satisfacción ―dice convencido Malosso.

―Escribir seriamente no significa abordar los temas más profundos y filosóficos, sino hacerlo de tal manera que el resultado sea como las pastas que nos vamos a comer ahora mismo; que satisfagan a todos y al final todos quieran repetir, que pidan la receta y cuando llegan a casa o al trabajo cuentan que se comieron unas pastas riquísimas, que te preguntaren dónde y quién las preparó ―dice Zavrosso mientras camina, con su paso nervioso, llevando a la mesa un gran bol lleno de pastas olorosas y coloridas.

Nos dirigimos a la mesa con la sana intención de devorarnos las pastas que, efectivamente, son buenas, porque Zavrosso nunca falla con sus recetas. Musikovsky se levanta del piano, en que a bajo volumen interpretaba Amor eterno, terciando en la discusión:

―Lo bueno y lo malo, si se refieren a que lo serio es lo bueno, es como todo en la vida: relativo. Y mucho de lo mismo pasa en el arte, ya ven ustedes cómo Mozart no gusta a todos, incluso hay quienes aseguran que sus obras son inaudibles. Sin ir más lejos, Gabriel García Márquez reconocía que no le gustaba para nada. En cambio, otros adoran su música. Yo creo que lo serio en la creación literaria es la honestidad, crear con el propósito de gustar, de que el lector encuentre además de diversión, conocimiento y, por qué no, crecimiento personal.

―Vale ―interviene Malosso, por allí ya nos acercamos un poco, porque yo sí tengo esa seriedad. En cambio, sí que no le doy importancia a nada en la vida, porque para mí la vida es como cruzar una fosa séptica e intentar llegar al otro lado lo menos enmerdado posible, y a propósito del ejemplo, la mierda de la fosa es la condición humana, recurso muy expedito en la creación literaria, allí tiene a los grandes: Shakespeare, Cervantes y uno más cercano, Woody Allen; sus obras abordan, desde su perspectiva, la condición humana. Mi apreciado amigo y maestro Germán, me recomendó justamente leerme con el propósito de crear personajes más reales, una obra sobre las pasiones humanas.

―Todos escribimos sobre pasiones humanas ―dice Perronni entre dientes con cara burlona. El problema de la mala literatura es que, en ella, los personajes no obedecer a sus pasiones ―continúa―, actúan a voluntad del escritor y de sus propósitos, y no a la realidad de la propia obra y sus circunstancias.

Karlo Passionato, un poco tímido y retraído como buen romántico, al fin suelta la lengua para decir dejando el tenedor suavemente sobre su plato de pastas y tomando un sorbo de vino blanco, su preferido:

―Las pasiones son el amor y el desamor; yo digo que una persona que ama hará siempre el bien; en cambio el que odia actuará negativamente.

―Cuentos para no dormir ―dice Malosso―. El amor y el desamor solo obedecen a una adaptación psíquica de necesidades biológicas, la procreación y el instinto de conservación.

―O sea, que en el fondo estás de acuerdo conmigo ―interviene Perronni―. La vida consiste en follar y follar e intentar llegar al día del funeral lo más vivo que se pueda.

―Muy básico ―dice Charlie Phantomas―, pero nos estamos alargando mucho en filosofar sobre lo serio del propósito que nos reúne. En todo caso, lo que quise decir es que el cometido de seriedad para que yo esté de acuerdo en aportar una o dos obras para crear un libro, los presentes, es que cada uno escoja con responsabilidad lo mejor que tenga escrito y con ese propósito propongo que todos participemos en la elección de las obras de todos, y si alguno de nosotros no está de acuerdo con determinada obra, que no se publique. Y, en todo caso, que se sustituya por otra.

Todos estuvieron de acuerdo en la propuesta, excepto Karlo Perronni, quien, con la cara enrojecida y voz como trueno replicó:

―Nadie de ustedes puede calificar mi obra. Ninguno de ustedes tiene el nivel ni la experiencia para saber cuál es buena y cuál no. Ya publicaré solo cuando tenga materiales suficientes, que será pronto. No voy a someterme a su sospechosa valoración, porque o ustedes no entienden mi trabajo o le tienen miedo. Conmigo no cuenten. Ninguno hizo el menor intento de contradecirlo.

Después de acabar con las pastas de Karlo Zavrosso y el vino al completo del bar de este servidor, la empresa quedó acordada. Sepan que la elección de las obras, su crítica, corrección y reescritura, con la intervención de todos, ha tardado cuatro años. Espero, pues, que este trabajo sea digno de buenos lectores como usted. En caso contrario, quiero dejarles de antemano la certeza de que todos y cada uno se tomaron muy en serio la elección de sus obras para esta publicación.

Carlos William Pantoja


DISPONIBLE EN DIGITAL Y  PAPEL Y TAPA BLANDA DESDE EL PRÓXIMO LUNES 30 DE MAYO. (En Colombia, pedidos por buscalibre, sin costo adicional, hasta la puerta de la casa).


UN PLACER POCO FRECUENTE

Lo anunciado: esta YA, en Amazon, disponible el libro de cuentos y relatos, no se lo pierdan, a comprar antes de que se agote, de momento solo en formato digital.