No insisto, luego existo.
Carlo Malosso
En esta Pantalla, además, aparecen Karlo Zavrosso,Charlie Phantomas,Karlo Passionatto,Karlo Duthosso y Karlynski Musikovsky.
lunes, 28 de septiembre de 2015
jueves, 24 de septiembre de 2015
TRES PALOS
Yo no voy a entrar a ese lugar mientras estén esos palos tan feos,
antiestéticos, desproporcionados y desubicados, me dije un día cualesquiera de
esos en los que ando por la calle en búsqueda de un lugar donde hacer algo, y
paso por su lado; porque es que son, yo les llamo palos, pues todo
lo que se le ha hecho para convertirlos en listones, lo han perdido de un solo
manotazo de mal gusto; pienso cuando me los quedo mirando, si tú vieras esos
palos en el armazón de una repisa o como soporte de un entrepaño de un armario
o como bigas de un techo con madera a la vista, dices esos son listones
barnizados y pues que repisa tan bonita o armario tan bien hecho, o
si el cielo raso está sosteniendo por estos, seguro que
dirías, que bello techo, alto y de madera a la vista, pero allí
donde los encuentro no son más que tres palos, porque es que no son ni
siquiera cuatro; yo digo, si fueran cuatro pues, quizá formarían un
cuadrado o un rectángulo que darían más proporción o equilibrio visual, pero
no, tiene que ser tres, infelices tres palos alargados que suben desde el suelo
y que parece que no van a llegar a ninguna parte, pero que de repente se quedan
a medio camino, no siguen avanzando, se quedan estáticos justo allí, donde para
mirarlos tienes que hacerlo incomodando tu pobre cuello, porque
es que se quedan en tal punto que obliga a mirar con el pescuezo
retorcido hacia atrás, o sea, su final no lo puedes apreciar solo con
alzar la vista, no, tienes que esforzar casi todo el espinazo, esfuerzo que
produce tal dolor en la nuca, que hace, que todavía más, les cojas aversión; la
cuestión es que me obligan a mirarlos y si me preguntan por qué, no sé qué
responder; en todo caso les busco un sentido y recorro con la mirada al que
tengo más cerca; voy subiendo lentamente la vista desde el suelo y me doy cuenta que no están enterrados, solo puestos sobre este; estoces
viene mi pregunta, como se
sostienen, y al poco de
cuarenta centímetros arriba, encuentro la respuesta; a esa
distancia del suelo, me encuentro con un tosco tornillo de esos de atornillar
con llave hexagonal; los han atornillado a la pared blanca, y no me puedo
quedar sin decir que el tornillo también me molesta, y aunque no lo vea
del todo, ya que su extremidades y tronco, que son uno solo, están enterrado,
mitad en el palo y la restante parte en la pared, con solo mirarle la
cabeza ya me cae igual de mal que el palo al que asegura, por eso mismo, no le
hago mucho caso y sigo, sigo subiendo lentamente, me detengo en una
irregularidad, algo que le han hecho al maldito palo con un machete o una
hacha, yo me pregunto qué objetivo habrá tenido darle al palo semejante
machetazo; no, no se me ocurre respuesta y continuo; el palo avanza como
ya les dije como si su viaje no fuera a tener fin; continuo hasta cuando
el cuello me empieza a protestar y allí justo como si fuera el punto donde debo
tomar el camino de regreso y devolverme, encuentro otro pedazo de palo que le
cae al que sube, de manera perfectamente perpendicular, es de la misma
naturaleza, pero de reducido tamaño, digo yo que debe estar clavado o
atornillado al que sube, pero no lo puedo asegurar, porque no veo el extremos
de los clavos o tornillo; todo este conjunto, se parece, si
recuerdan, los que son más viejos porque los habrán visto alguna vez de
cuerpo presente y los que no son tan viejos, al menos en
fotos urbanas de cierta antigüedad, a aquellos postes del tendido eléctrico,
que ya muy arriba, donde casi llegaban a su fin tenían un listón que le salía
perpendicular, con un soporte que formaba una especie de escuadra y sobre la
parte superior de esa escuadra, tenían clavado unos aislantes de porcelana, en
lo que se entorchaban los cables eléctricos para después continuar su camino.
Pues, estos palos, se parece un poco a aquellas imágenes, con la diferencia que
entre los dos palos que veo aquí, no hay soporte que los convierta en escuadra,
ni aislantes de porcelana, solo veo que un cable pasa por encima, por
encima del palo corto; es un cable normal, blanco, que una vez superado al primero,
se dirige en camino retorcido, para pasa por los restantes dos palos y luego
entrar al local propiamente dicho, porque estos palos están fuera en algo que
llamamos comúnmente, antejardín o terraza. Tengo que hacer notar que de vez en
cuando, encuentro colgadas de ese cable, unas bolas de papel, lámparas chinas,
unas de colores combinados, que dan algo de luz al patio donde hay unas
cuantas mesas, cuyas sillas sirven de aposento a unos cuantos
despistados, que toman café o cerveza; es cuando llego a la conclusión que esos
estrafalarios palos, que han barnizados para hacerlos más brillantes y
visibles, has sido puestos para que el cable del que cuelgan las lámparas
chinas, recorran el patio para alumbrar a los comensales de tal forma que no tengan
pretexto para confundirse de bebidas o de a quien besar; pero así y
todo, yo no les encuentro razón, no hacen juego con nada del lugar,
incluso, creo que si el cable o las lámparas pudiesen emitir su opinión
protestarían, por ser su estética enlodada de esa manera; el cable diría,
pinten de blanco esos putos palos, que así harían juego con el color de las
paredes y el mío propio o las lámparas si pudieran dirían, si no me descuelgan
de estos horrendos palos no les alumbro más, pero claro al no poder hablar, me
toca tomarme la vocería y protestar a mí; ustedes dirán y cómo es que has visto
tanto de los palos, si no has querido entrar al lugar; pues como les parece que
me llama una amiga y me dice, que haces, estas ocupado o puedes venir a este
café? Yo, a cuál?, ella me da la respuesta y entonces sé que es el
café de esos putos palos antiestéticos. Voy, porque el afecto por mi
amiga, es superior al odio que profeso a esos tres disparatados palos. Y,
a que no se imaginan de que hablamos la primera media hora de conversación,
animada con café y cerveza: pues de los malditos palos y lo descompuesto que me
pongo cuando los miro.
Karlo Duthosso
miércoles, 16 de septiembre de 2015
jueves, 3 de septiembre de 2015
Correcciones.
Por
la impaciencia que nos caracteriza, vamos publicando las cosas como nos salen; sin
embargo a medida que las leemos, les encontramos fallas de diferentes tipos que vamos corrigiendo. Como somos
aprendices, apenas, espero que nos tengan algo de paciencia. Y si quieres
sugerirnos, algo, encantados lo tendremos
en cuenta.
Gracias.
martes, 1 de septiembre de 2015
EL QUE NO SABE, ES COMO EL QUE NO VE.
Llevaba apenas una semana de haber arribado a Barcelona, la gran capital
Europea, donde a la postre pasaría unos estupendo dieciocho años de vida. No
obstante que la ciudad en aquella época no había adquirido esa brillante
belleza que tenía cuando me marche, se
notaba que debajo de ese cumulo de polución y pinturas envejecidas de la que
estaba embadurnada, se hallaba su esplendorosa arquitectura modernista y urbanismo casi perfecto. Esa mezcolanza de antigüedad,
modernismo y urbanismo planeado antes de imaginar su utilidad futura, me causaba
admiración y al mismo tiempo hacían que me emocionara, pues, aun cuando mis planes para ir hasta ella los había
iniciado cuando apenas tenía ocho años de vida, a lo sumo, me parecía increíble,
incluso un sueño, estar paseando por sus
calles. A mitad del invierno de ese año de 1990, los árboles que acompañan
permanentemente sus calles, estaban esqueléticos, sin sus carnes, sin sus
hojas, tristes me parecían, porque yo no había visto arboles sin sus hojas sino
cuando estos eran ya cadáver o a punto de serlo, pues para alguien como yo que
no conocía las estaciones, un árbol sin carnes ya no estaba vivo; por fortuna
la primavera siguiente me sacaría del equivoco.
De sus gentes mi primera impresión fue que estaban en permanente e imperecedero
mal genio, se me hacía que no se hablaba entre ellos, sino que se
regañaban unos a otros y que todos intentaban tener razón sobre lo mismo al
mismo tiempo, aun cuando nadie la tuviese; sobre esto creo que conserve la primera
impresión hasta el final, solo que aprendí en poco tiempo a comportarme igual,
de tal forma que ya nunca más me pareció extraño; eso sí, aprendí muy pronto también,
que a pesar de su aparente mal genio, los catalanes eran solidarios, acogedores; como amigos, fieles, leales y de
una franqueza arrolladora, al punto de causar pánico.
Con todo esto, lo bello, lo extraño y lo novedoso, miedo, miedo en el cuerpo y en el alma era lo
que me acompañaba aquellos primeros días, pues todo era una aventura, incluso
el viaje que emprendimos con muchas expectativas
y poquísimos recursos, no sabía si triunfaríamos o fracasaríamos; ocultaba esos miedos especialmente a ella que ya había iniciado, un día después
de nuestra llegada, su residencia en neurocirugía,
sueño profesional suyo, hecho realidad, que le hacía olvidar que teníamos recursos exiguos, que
no nos cubrirían gastos más allá del
primer mes de vida, y el bebé apenas de teta y dos meses de nacido.
Teníamos estatus de estudiantes, que no permitían trabajar, sin embargo la
premura de proveer ingresos para los gastos del mes que seguía y el siguiente y
el siguiente me obligaron a espabilarme, como había prometido cuando nos embarcamos
en la aventura, por eso, sacando el espíritu a ese frío invierno, desconocido también
para mis huesos, me propuse ir a mi primera entrevista de trabajo y siendo como
era abogado, me decidí por un anuncio en el que se requerían un ayudante en un despacho dedicado a las
reclamaciones prejudiciales; pensé, ese es mi trabajo allí está, es una suerte
y consultando la manera de llegar, me dieron instrucciones para metro y para autobús;
yo elegí la alternativa del autobús,
porque se me ocurrió que al menos viajando en autobús me perdería de tal forma
que algún día podría recuperarme, en cambio perderme por debajo del mundo, sin
punto de referencia, me imaginaba, seria para nunca más orientarme y quedar
enterrado dentro de estaciones y túneles interminables, hasta el fin de mis
días, temor seguro causante de que aun pasados
los años nunca cogiera cariño alguno, a ese medio de transporte,
desconfiando de este, allí en la ciudad donde me lo encontrara, París, Madrid o
New York.
Compra una tarjeta que te sirve
para metro o auto bus, y donde la compro? Pues en una estación de metro; con
ese pánico al metro, y sino qué? Bueno,
pues también puedes pagarle al conductor, y yo feliz, eso es lo que haré me dije
animado.
En la parada o paradero, la cola constaba de tres personas, se abrieron
la puertas y la cola se introdujo ordenadamente por ella, miraba yo el trámite
para no equivocarme; ninguno de los clientes le dijo nada al conductor, simplemente
metieron una tarjeta alargada de cartón, en una ranura, e inmediatamente la
barra de obstrucción les cedió paso y
los viajantes pasaron, yo pensé, fácil, le pague el pasaje a conductor, bueno
puse el dinero sobre una pequeña bandeja que tiene cerca, él me pone el cambio
y un papel pequeño de color amarillo, sobre la misma bandeja; tímido le
pregunto si debía perforar el papel en la máquina, pero seguro que con mi voz
de miedo casi inaudible, el señor no me entendió
y me hizo una señal afirmativa, indicándome que siguiera.
De allí en adelante el obligado cortísimo viaje fue sudor, rubor y vergüenza;
cuando llegue a la maquina introduje el papel por la ranura y la maquina nada,
no sabía qué hacer, alguien me miraba desde una silla con cara de extrañeza, yo
pensé, seguro que como es único viaje el papel se debe quedar dentro de la máquina
y le pegue el ultimo empujo y adentro; pase y me senté, pero no pasó nada de
tiempo, antes que me percatara que todo el pasaje me miraba, unos a punto de
insultarme, regañarme y cual menos de decirme con la mirada, burro.
Claro, eso no fue todo, porque a la siguiente parada se suben tres personas y meten su tarjeta a la máquina, por supuesto la bendita maquina está
atascada con el boleto que le embutí a trancazos,
el conductor disgustado se puso de pie para ayudar, y nada, al fin el conductor, dio un
mando desde su puesto y libero la barra de obstrucción, paso el primero y vino
el segundo y el tercero y lo mismo, los pasajeros me miraban y me remiraban y yo
rojo, pálido, verde, sudaba, me imaginaba acusado de daño en propiedad pública,
obstrucción al transporte colectivo, mala conducta y extraditado inmediatamente, sin haber cumplido siquiera ocho días de estadía. Que hice? a la siguiente
parada me baje con la cabeza gacha, como alma que lleva el diablo camine es
sentido contrario de la dirección del bus, para no volvérmelo a encontrar. Consumí
el resto del día para encontrar el camino a casa, sin trabajo y con una vergüenza
que no me cabía en el cuerpo.
Tuve que aprender pronto a preguntar claro fuerte y sin miedo; porque el
que no pregunta, no sabe, y el que no sabe, es como el que no ve.
Charlie Phantomas
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