Llevaba apenas una semana de haber arribado a Barcelona, la gran capital
Europea, donde a la postre pasaría unos estupendo dieciocho años de vida. No
obstante que la ciudad en aquella época no había adquirido esa brillante
belleza que tenía cuando me marche, se
notaba que debajo de ese cumulo de polución y pinturas envejecidas de la que
estaba embadurnada, se hallaba su esplendorosa arquitectura modernista y urbanismo casi perfecto. Esa mezcolanza de antigüedad,
modernismo y urbanismo planeado antes de imaginar su utilidad futura, me causaba
admiración y al mismo tiempo hacían que me emocionara, pues, aun cuando mis planes para ir hasta ella los había
iniciado cuando apenas tenía ocho años de vida, a lo sumo, me parecía increíble,
incluso un sueño, estar paseando por sus
calles. A mitad del invierno de ese año de 1990, los árboles que acompañan
permanentemente sus calles, estaban esqueléticos, sin sus carnes, sin sus
hojas, tristes me parecían, porque yo no había visto arboles sin sus hojas sino
cuando estos eran ya cadáver o a punto de serlo, pues para alguien como yo que
no conocía las estaciones, un árbol sin carnes ya no estaba vivo; por fortuna
la primavera siguiente me sacaría del equivoco.
De sus gentes mi primera impresión fue que estaban en permanente e imperecedero
mal genio, se me hacía que no se hablaba entre ellos, sino que se
regañaban unos a otros y que todos intentaban tener razón sobre lo mismo al
mismo tiempo, aun cuando nadie la tuviese; sobre esto creo que conserve la primera
impresión hasta el final, solo que aprendí en poco tiempo a comportarme igual,
de tal forma que ya nunca más me pareció extraño; eso sí, aprendí muy pronto también,
que a pesar de su aparente mal genio, los catalanes eran solidarios, acogedores; como amigos, fieles, leales y de
una franqueza arrolladora, al punto de causar pánico.
Con todo esto, lo bello, lo extraño y lo novedoso, miedo, miedo en el cuerpo y en el alma era lo
que me acompañaba aquellos primeros días, pues todo era una aventura, incluso
el viaje que emprendimos con muchas expectativas
y poquísimos recursos, no sabía si triunfaríamos o fracasaríamos; ocultaba esos miedos especialmente a ella que ya había iniciado, un día después
de nuestra llegada, su residencia en neurocirugía,
sueño profesional suyo, hecho realidad, que le hacía olvidar que teníamos recursos exiguos, que
no nos cubrirían gastos más allá del
primer mes de vida, y el bebé apenas de teta y dos meses de nacido.
Teníamos estatus de estudiantes, que no permitían trabajar, sin embargo la
premura de proveer ingresos para los gastos del mes que seguía y el siguiente y
el siguiente me obligaron a espabilarme, como había prometido cuando nos embarcamos
en la aventura, por eso, sacando el espíritu a ese frío invierno, desconocido también
para mis huesos, me propuse ir a mi primera entrevista de trabajo y siendo como
era abogado, me decidí por un anuncio en el que se requerían un ayudante en un despacho dedicado a las
reclamaciones prejudiciales; pensé, ese es mi trabajo allí está, es una suerte
y consultando la manera de llegar, me dieron instrucciones para metro y para autobús;
yo elegí la alternativa del autobús,
porque se me ocurrió que al menos viajando en autobús me perdería de tal forma
que algún día podría recuperarme, en cambio perderme por debajo del mundo, sin
punto de referencia, me imaginaba, seria para nunca más orientarme y quedar
enterrado dentro de estaciones y túneles interminables, hasta el fin de mis
días, temor seguro causante de que aun pasados
los años nunca cogiera cariño alguno, a ese medio de transporte,
desconfiando de este, allí en la ciudad donde me lo encontrara, París, Madrid o
New York.
Compra una tarjeta que te sirve
para metro o auto bus, y donde la compro? Pues en una estación de metro; con
ese pánico al metro, y sino qué? Bueno,
pues también puedes pagarle al conductor, y yo feliz, eso es lo que haré me dije
animado.
En la parada o paradero, la cola constaba de tres personas, se abrieron
la puertas y la cola se introdujo ordenadamente por ella, miraba yo el trámite
para no equivocarme; ninguno de los clientes le dijo nada al conductor, simplemente
metieron una tarjeta alargada de cartón, en una ranura, e inmediatamente la
barra de obstrucción les cedió paso y
los viajantes pasaron, yo pensé, fácil, le pague el pasaje a conductor, bueno
puse el dinero sobre una pequeña bandeja que tiene cerca, él me pone el cambio
y un papel pequeño de color amarillo, sobre la misma bandeja; tímido le
pregunto si debía perforar el papel en la máquina, pero seguro que con mi voz
de miedo casi inaudible, el señor no me entendió
y me hizo una señal afirmativa, indicándome que siguiera.
De allí en adelante el obligado cortísimo viaje fue sudor, rubor y vergüenza;
cuando llegue a la maquina introduje el papel por la ranura y la maquina nada,
no sabía qué hacer, alguien me miraba desde una silla con cara de extrañeza, yo
pensé, seguro que como es único viaje el papel se debe quedar dentro de la máquina
y le pegue el ultimo empujo y adentro; pase y me senté, pero no pasó nada de
tiempo, antes que me percatara que todo el pasaje me miraba, unos a punto de
insultarme, regañarme y cual menos de decirme con la mirada, burro.
Claro, eso no fue todo, porque a la siguiente parada se suben tres personas y meten su tarjeta a la máquina, por supuesto la bendita maquina está
atascada con el boleto que le embutí a trancazos,
el conductor disgustado se puso de pie para ayudar, y nada, al fin el conductor, dio un
mando desde su puesto y libero la barra de obstrucción, paso el primero y vino
el segundo y el tercero y lo mismo, los pasajeros me miraban y me remiraban y yo
rojo, pálido, verde, sudaba, me imaginaba acusado de daño en propiedad pública,
obstrucción al transporte colectivo, mala conducta y extraditado inmediatamente, sin haber cumplido siquiera ocho días de estadía. Que hice? a la siguiente
parada me baje con la cabeza gacha, como alma que lleva el diablo camine es
sentido contrario de la dirección del bus, para no volvérmelo a encontrar. Consumí
el resto del día para encontrar el camino a casa, sin trabajo y con una vergüenza
que no me cabía en el cuerpo.
Tuve que aprender pronto a preguntar claro fuerte y sin miedo; porque el
que no pregunta, no sabe, y el que no sabe, es como el que no ve.
Charlie Phantomas
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