Yo no voy a entrar a ese lugar mientras estén esos palos tan feos,
antiestéticos, desproporcionados y desubicados, me dije un día cualesquiera de
esos en los que ando por la calle en búsqueda de un lugar donde hacer algo, y
paso por su lado; porque es que son, yo les llamo palos, pues todo
lo que se le ha hecho para convertirlos en listones, lo han perdido de un solo
manotazo de mal gusto; pienso cuando me los quedo mirando, si tú vieras esos
palos en el armazón de una repisa o como soporte de un entrepaño de un armario
o como bigas de un techo con madera a la vista, dices esos son listones
barnizados y pues que repisa tan bonita o armario tan bien hecho, o
si el cielo raso está sosteniendo por estos, seguro que
dirías, que bello techo, alto y de madera a la vista, pero allí
donde los encuentro no son más que tres palos, porque es que no son ni
siquiera cuatro; yo digo, si fueran cuatro pues, quizá formarían un
cuadrado o un rectángulo que darían más proporción o equilibrio visual, pero
no, tiene que ser tres, infelices tres palos alargados que suben desde el suelo
y que parece que no van a llegar a ninguna parte, pero que de repente se quedan
a medio camino, no siguen avanzando, se quedan estáticos justo allí, donde para
mirarlos tienes que hacerlo incomodando tu pobre cuello, porque
es que se quedan en tal punto que obliga a mirar con el pescuezo
retorcido hacia atrás, o sea, su final no lo puedes apreciar solo con
alzar la vista, no, tienes que esforzar casi todo el espinazo, esfuerzo que
produce tal dolor en la nuca, que hace, que todavía más, les cojas aversión; la
cuestión es que me obligan a mirarlos y si me preguntan por qué, no sé qué
responder; en todo caso les busco un sentido y recorro con la mirada al que
tengo más cerca; voy subiendo lentamente la vista desde el suelo y me doy cuenta que no están enterrados, solo puestos sobre este; estoces
viene mi pregunta, como se
sostienen, y al poco de
cuarenta centímetros arriba, encuentro la respuesta; a esa
distancia del suelo, me encuentro con un tosco tornillo de esos de atornillar
con llave hexagonal; los han atornillado a la pared blanca, y no me puedo
quedar sin decir que el tornillo también me molesta, y aunque no lo vea
del todo, ya que su extremidades y tronco, que son uno solo, están enterrado,
mitad en el palo y la restante parte en la pared, con solo mirarle la
cabeza ya me cae igual de mal que el palo al que asegura, por eso mismo, no le
hago mucho caso y sigo, sigo subiendo lentamente, me detengo en una
irregularidad, algo que le han hecho al maldito palo con un machete o una
hacha, yo me pregunto qué objetivo habrá tenido darle al palo semejante
machetazo; no, no se me ocurre respuesta y continuo; el palo avanza como
ya les dije como si su viaje no fuera a tener fin; continuo hasta cuando
el cuello me empieza a protestar y allí justo como si fuera el punto donde debo
tomar el camino de regreso y devolverme, encuentro otro pedazo de palo que le
cae al que sube, de manera perfectamente perpendicular, es de la misma
naturaleza, pero de reducido tamaño, digo yo que debe estar clavado o
atornillado al que sube, pero no lo puedo asegurar, porque no veo el extremos
de los clavos o tornillo; todo este conjunto, se parece, si
recuerdan, los que son más viejos porque los habrán visto alguna vez de
cuerpo presente y los que no son tan viejos, al menos en
fotos urbanas de cierta antigüedad, a aquellos postes del tendido eléctrico,
que ya muy arriba, donde casi llegaban a su fin tenían un listón que le salía
perpendicular, con un soporte que formaba una especie de escuadra y sobre la
parte superior de esa escuadra, tenían clavado unos aislantes de porcelana, en
lo que se entorchaban los cables eléctricos para después continuar su camino.
Pues, estos palos, se parece un poco a aquellas imágenes, con la diferencia que
entre los dos palos que veo aquí, no hay soporte que los convierta en escuadra,
ni aislantes de porcelana, solo veo que un cable pasa por encima, por
encima del palo corto; es un cable normal, blanco, que una vez superado al primero,
se dirige en camino retorcido, para pasa por los restantes dos palos y luego
entrar al local propiamente dicho, porque estos palos están fuera en algo que
llamamos comúnmente, antejardín o terraza. Tengo que hacer notar que de vez en
cuando, encuentro colgadas de ese cable, unas bolas de papel, lámparas chinas,
unas de colores combinados, que dan algo de luz al patio donde hay unas
cuantas mesas, cuyas sillas sirven de aposento a unos cuantos
despistados, que toman café o cerveza; es cuando llego a la conclusión que esos
estrafalarios palos, que han barnizados para hacerlos más brillantes y
visibles, has sido puestos para que el cable del que cuelgan las lámparas
chinas, recorran el patio para alumbrar a los comensales de tal forma que no tengan
pretexto para confundirse de bebidas o de a quien besar; pero así y
todo, yo no les encuentro razón, no hacen juego con nada del lugar,
incluso, creo que si el cable o las lámparas pudiesen emitir su opinión
protestarían, por ser su estética enlodada de esa manera; el cable diría,
pinten de blanco esos putos palos, que así harían juego con el color de las
paredes y el mío propio o las lámparas si pudieran dirían, si no me descuelgan
de estos horrendos palos no les alumbro más, pero claro al no poder hablar, me
toca tomarme la vocería y protestar a mí; ustedes dirán y cómo es que has visto
tanto de los palos, si no has querido entrar al lugar; pues como les parece que
me llama una amiga y me dice, que haces, estas ocupado o puedes venir a este
café? Yo, a cuál?, ella me da la respuesta y entonces sé que es el
café de esos putos palos antiestéticos. Voy, porque el afecto por mi
amiga, es superior al odio que profeso a esos tres disparatados palos. Y,
a que no se imaginan de que hablamos la primera media hora de conversación,
animada con café y cerveza: pues de los malditos palos y lo descompuesto que me
pongo cuando los miro.
Karlo Duthosso
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