jueves, 24 de septiembre de 2015

TRES PALOS

Yo no voy a entrar a ese lugar mientras estén esos palos tan feos, antiestéticos, desproporcionados y desubicados, me dije un día cualesquiera de esos en los que ando por la calle en búsqueda de un lugar donde hacer algo, y paso  por su lado; porque es que son, yo les llamo palos, pues todo lo que se le ha hecho para convertirlos en listones, lo han perdido de un solo manotazo de mal gusto; pienso cuando me los quedo mirando, si tú vieras esos palos en el armazón de una repisa o como soporte de un entrepaño de un armario o como bigas de un techo con madera a la vista, dices esos son listones barnizados y pues que repisa tan bonita o armario tan bien hecho,  o si  el cielo raso está sosteniendo  por estos, seguro que  dirías, que bello  techo, alto y de madera a la vista, pero allí donde los encuentro  no son más que tres palos, porque es que no son ni siquiera  cuatro; yo digo, si fueran cuatro pues, quizá formarían un cuadrado o un rectángulo que darían más proporción o equilibrio visual, pero no, tiene que ser tres, infelices tres palos alargados que suben desde el suelo y que parece que no van a llegar a ninguna parte, pero que de repente se quedan a medio camino, no siguen avanzando, se quedan estáticos justo allí, donde para mirarlos tienes que  hacerlo incomodando  tu pobre  cuello, porque es que se quedan en tal punto que obliga a mirar con el pescuezo  retorcido hacia atrás, o sea, su final no lo puedes apreciar solo con alzar la vista, no, tienes que esforzar casi todo el espinazo, esfuerzo que produce tal dolor en la nuca, que hace, que todavía más, les cojas aversión; la cuestión es que me obligan a mirarlos y si me preguntan por qué, no sé qué responder; en todo caso les busco un sentido y recorro con la mirada al que tengo más cerca; voy  subiendo  lentamente  la vista desde el suelo y me doy cuenta  que  no  están  enterrados,  solo puestos sobre  este; estoces  viene  mi pregunta,  como  se  sostienen, y  al poco de  cuarenta centímetros arriba, encuentro la respuesta; a esa distancia del suelo, me encuentro con un tosco tornillo de esos de atornillar con  llave hexagonal; los han atornillado a la pared blanca, y no me puedo quedar sin decir que el tornillo también me molesta, y aunque no  lo vea del todo, ya que su extremidades y tronco, que son uno solo, están enterrado, mitad en el palo y la restante parte en la pared, con solo mirarle la cabeza ya me cae igual de mal que el palo al que asegura, por eso mismo, no le hago mucho caso y sigo, sigo subiendo lentamente, me detengo en una irregularidad, algo que le han hecho al maldito palo con un machete o una hacha, yo me pregunto qué objetivo habrá tenido darle al palo semejante machetazo; no, no se me ocurre  respuesta y continuo; el palo avanza como ya les dije como si su viaje no fuera a tener fin; continuo  hasta cuando el cuello me empieza a protestar y allí justo como si fuera el punto donde debo tomar el camino de regreso y devolverme, encuentro otro pedazo de palo que le cae al que sube, de manera perfectamente perpendicular, es de la misma naturaleza, pero de reducido tamaño,  digo yo que debe estar clavado o atornillado al que sube, pero no lo puedo asegurar, porque no veo el extremos de los clavos o tornillo; todo este conjunto,  se parece, si  recuerdan, los que son más viejos porque los habrán visto alguna vez de cuerpo presente  y los que no son tan viejos,  al menos en  fotos urbanas de cierta antigüedad, a aquellos postes del tendido eléctrico, que ya muy arriba, donde casi llegaban a su fin tenían un listón que le salía perpendicular, con un soporte que formaba una especie de escuadra y sobre la parte superior de esa escuadra, tenían clavado unos aislantes de porcelana, en lo que se entorchaban los cables eléctricos para después continuar su camino. Pues, estos palos, se parece un poco a aquellas imágenes, con la diferencia que entre los dos palos que veo aquí, no hay soporte que los convierta en escuadra, ni aislantes de porcelana, solo veo que un cable  pasa por encima, por encima del palo corto; es un cable normal, blanco, que una vez superado al primero, se dirige en camino retorcido, para pasa por los restantes dos palos y luego entrar al local propiamente dicho, porque estos palos están fuera en algo que llamamos comúnmente, antejardín o terraza. Tengo que hacer notar que de vez en cuando, encuentro colgadas de ese cable, unas bolas de papel, lámparas chinas, unas  de colores combinados, que dan algo de luz al patio donde hay unas cuantas mesas, cuyas  sillas sirven de aposento  a unos cuantos despistados, que toman café o cerveza; es cuando llego a la conclusión que esos estrafalarios palos, que han barnizados para hacerlos más brillantes y  visibles, has sido puestos para que el cable del que cuelgan las lámparas chinas, recorran el patio para alumbrar a los comensales de tal forma que no tengan pretexto para confundirse de bebidas o de a quien besar;  pero así y todo,  yo no les encuentro razón, no hacen juego con nada del lugar, incluso, creo que si el cable o las lámparas pudiesen emitir su opinión protestarían, por ser su estética enlodada de esa manera; el cable diría, pinten de blanco esos putos palos, que así harían juego con el color de las paredes y el mío propio o las lámparas si pudieran dirían, si no me descuelgan de estos horrendos palos no les alumbro más, pero claro al no poder hablar, me toca tomarme la vocería y protestar a mí; ustedes dirán y cómo es que has visto tanto de los palos, si no has querido entrar al lugar; pues como les parece que me llama una amiga y me dice, que haces, estas ocupado o puedes venir a este café? Yo, a cuál?, ella me da la respuesta y entonces   sé que es el café de  esos putos palos antiestéticos. Voy, porque el afecto por mi amiga, es superior al odio que profeso  a esos tres disparatados palos. Y, a que no se imaginan de que hablamos la primera media hora de conversación, animada con café y cerveza: pues de los malditos palos y lo descompuesto que me pongo cuando los miro.

Karlo Duthosso

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