La peor hora del día o de la noche,
dicho mejor, se asomaba a eso de las nueve, hora en la que indefectiblemente
debía entrarme y acostarme a dormir; el solo pensar que tenía que ir a dormir
a esa habitación era la peor tortura que atormentaba mi mente infantil,
pues esos ruidos, los mismos ruidos de cada noche venían antes a mi
memoria, sabía que se repetirían como cada noche, empezarían casi inmediatamente
después de apagarse las luces de casa y que no pararían
en toda la noche, o al menos yo los escucharía hasta cundo de
puro miedo y cansancio me quedaba dormido después de buscar en mi cabeza
cualesquier explicación plausible a esos atormentadores ruidos; pensaba en lo
vecinos de un lado y de otro, pero al fin y al cabo siempre llegaba a la
conclusión, a lo improbable, los vecinos no caminarían de un lado u otro
toda la noche y no durmieran nunca de noche, dedicándose solo a producir
aquellos ruidos que me espantaban; nunca cambiaron su sonido característicos o
se alteró su volumen, eran propios e inconfundibles, propiedad exclusiva de esa
casa de dos plantas con estilo colonial y según recuerdo ahora, guardaba
similitud con las casas campesinas de la zona paisa colombiana, esas, con
largos corredores, sostenidas sus planta y techo con pilares de madera,
pasillos, pasamanos, suelos y escaleras también en tablas, solo que lo
del color difería mucho de los colores vivos que se ven en la campiña paisa;
sus ventanas y pasamanos como también sus puertas estaban pintadas de color
gris claro, cosa que me pareció siempre, le daba a la casa un ambiente de
tristeza intensificado con el color blanco de las paredes; en la planta
baja, había un baño, la cocina, una habitación que hacíamos servir de
comedor, un cuarto trastero y la habitación que ocupaba la mujer del servicio,
todo con puertas a un patio en pavimento que se ensanchaba en la parte de atrás
de la casa, convirtiéndose este, el patio, en una pequeña cancha de mini fútbol
donde podíamos jugar en los tiempos libres, mientras no molestáramos con el
ruido y gritería que de corriente incomodaba a los adultos; en la
segunda planta estaba la sala y tres habitaciones donde nos acomodábamos mis
padres en una, las hermanas mujeres en otra y nosotros los hombres en la más
amplia, situada subiendo las escaleras a la izquierda al fondo de un largo
pasillo, pasillo este, que no permitía nunca moverse en silencio,
pues todo el que lo cruzara, hacia retumbar la madera en concierto
con el rechinar de las junturas de sus tablones; eso recordé cuando pasados
muchos años hablábamos de los viejos tiempos, mientras nos tomábamos unas copas
con mis hermanos en casa de uno de ellos; en esa casa asustaban dije yo y todos
respondieron si es verdad, me quede sorprendido de que todos
coincidiéramos en ese recuerdo pero que nunca jamás nadie lo hubiese
mencionado antes, nadie dijo nada al respecto hasta este día, pasados
casi cuarenta años de la época en la que vivimos en ese caseros habitado
por viejos espíritus; dormir en esa casa era para mí un tormento o sea no
dormir porque los ruidos continuos no me permitían casi nunca conciliar el
sueño, les dije; qué escuchabas, me preguntó Pésimo, uno de mis hermanos, yo
respondí con una pregunta, recuerdan una pieza que le llamaba la cinta del
arranque que mi papá hizo cambiar a su Willys modelo 56, una rueda metálica de
unos 30 centímetros de diámetro, dentada; todos si eso era lo que rodaba
por el pasillo de madera toda la noche, también alguien subía y bajaba las
gradas de madera que llevaban a la segunda planta, sí, dijo otro de mis
hermanos, yo también escuchaba eso y que miedo yo tampoco podía dormir; pero el
susto más hijueputa, continúe yo, me lo di un día que siendo como las cinco y
media de la tarde subí a la habitación, tal vez, en busca de una
chaqueta; a esa hora nadie estaba en la segunda planta en la que
solo permanecíamos en horas de la noche, cuando todos
debíamos meternos en la cama; subí corriendo las escaleras, corrí por el
pasillo y empuje la puerta y nada más se abrió, sentí que una voz
profunda y cavernosa de un hombre mayor que me hablaba, no había nadie en la
habitación por supuesto, miiieeeeerda, salí disparado por ese pasillo y casi
salto por la baranda al primer piso, baje las escaleras a trompicones y
creo que nunca me recupere del todo de ese susto, porque jamás
volví a subir a la habitación, si no estaban en ella ya, al menos dos de mis
hermanos; pero eso nuca se lo comenté a nadie, porque pensaba que no me lo
creerían y así hasta ese día en que todos coincidimos en esta historia; para mí
fortuna al poco tiempo me fui con mi padre a vivir a Medellín; eso me dijeron
todos en ese momento; al menos tú te fuiste, nosotros tuvimos que sufrir de espanto
un largo tiempo, creo que fue un año más; algún espíritu que quería
regalar alguna guaca dijo Mierdardo, otro de mis hermanos; esto me trajo a la
memoria las historias de guacas, mitos de la cultura de
alguno de esos añejos pueblos; se llaman guacas a la forma en que los antiguos
guardaban sus ahorros, generalmente convertidos en monedas de plata u
oro, pues al no disponer de verdaderas cajas fuertes o bancos, los
enterraban en el patio o huertos de sus viviendas,
metidas en ollas de barro; decían que si el dueño fallecía dejando esas
fortunas enterradas, el espíritu volvía para indicarle a alguien donde tenía
sus ahorros; los parroquiana contaba de varios casos de personas
que fueron guiadas por los espíritus a sus guacas, justificado en
muchos oportunidades las fortunas algunos pueblerinos pudientes; no sé si
sea verdad o no, lo que contaba esa leyenda urbana, ni tampoco si lo que
quería ese espíritu atormentador de mis noches infantiles era darme una
guaca; si fue así, me la perdí por cobarde, lo que sí me quedo claro,
especialmente después de comprobar que los ruidos que escuche fueron también
escuchados por la mayoría de mis hermanos, es que los espíritus existen y se
manifiestan y que como dicen de las brujas, que nadie las ha visto, pero
que las hay, las hay.
Agosto 31 de 2012, año del fin del mundo, gracia a Dios.
Charlie Phantomas
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