miércoles, 10 de septiembre de 2014

ESPÍRITUS Y GUACAS

La peor hora del día o de la noche, dicho mejor, se asomaba a eso de las nueve, hora en la que indefectiblemente debía entrarme y acostarme a dormir; el solo pensar que tenía que ir a dormir  a esa habitación era la peor tortura que atormentaba mi mente infantil, pues  esos ruidos, los mismos ruidos de cada noche venían antes a mi memoria, sabía que se repetirían como cada noche, empezarían casi inmediatamente  después de  apagarse las luces de casa y que no  pararían  en toda la noche,  o al menos  yo los escucharía hasta cundo de puro miedo y cansancio me quedaba dormido  después de buscar en mi cabeza cualesquier explicación plausible a esos atormentadores ruidos; pensaba en lo vecinos de un lado y de otro, pero al fin y al cabo siempre llegaba a la conclusión,  a lo improbable, los vecinos no caminarían de un lado u otro toda la noche y  no durmieran nunca de noche, dedicándose solo a producir aquellos ruidos que me espantaban; nunca cambiaron su sonido característicos o se alteró su volumen, eran propios e inconfundibles, propiedad exclusiva de esa casa de dos plantas  con estilo colonial y según recuerdo ahora, guardaba similitud con las casas campesinas de la zona paisa colombiana, esas, con largos corredores, sostenidas sus planta y techo con pilares de madera,  pasillos, pasamanos, suelos y escaleras también en tablas, solo que lo del color difería mucho de los colores vivos que se ven en la campiña paisa; sus ventanas y pasamanos como también sus puertas estaban pintadas de color gris claro, cosa que me pareció siempre, le daba a la casa un ambiente de tristeza  intensificado con el color blanco de las paredes; en la planta baja, había  un baño, la cocina, una habitación que hacíamos servir de comedor, un cuarto trastero y la habitación que ocupaba la mujer del servicio, todo con puertas a un patio en pavimento que se ensanchaba en la parte de atrás de la casa, convirtiéndose este, el patio, en una pequeña cancha de mini fútbol donde podíamos jugar en los tiempos libres, mientras no molestáramos con el ruido y  gritería que de corriente incomodaba  a los adultos; en la segunda planta estaba la sala y tres habitaciones donde nos acomodábamos mis padres en una, las hermanas mujeres en otra y nosotros los hombres en la más amplia, situada subiendo las escaleras a la izquierda al fondo de un largo pasillo, pasillo este, que  no permitía nunca  moverse en silencio, pues todo el que lo cruzara, hacia retumbar  la madera en  concierto con el rechinar de las junturas de sus tablones; eso recordé cuando pasados muchos años hablábamos de los viejos tiempos, mientras nos tomábamos unas copas con mis hermanos en casa de uno de ellos; en esa casa asustaban dije yo y todos respondieron si es verdad,  me quede sorprendido de que todos coincidiéramos en ese recuerdo pero que nunca jamás nadie lo hubiese  mencionado antes, nadie dijo nada al respecto hasta este día, pasados casi cuarenta años de la época en  la que vivimos en ese caseros habitado por viejos espíritus; dormir en esa casa era para mí un tormento o sea no dormir porque los ruidos continuos no me permitían casi nunca conciliar el sueño, les dije; qué escuchabas, me preguntó Pésimo, uno de mis hermanos, yo respondí con una pregunta, recuerdan una pieza que le llamaba la cinta del arranque que mi papá hizo cambiar a su Willys modelo 56, una rueda metálica de unos 30 centímetros de diámetro, dentada;  todos si eso era lo que rodaba por el pasillo de madera toda la noche, también alguien subía y bajaba las gradas de madera que llevaban a la segunda planta, sí, dijo otro de mis hermanos, yo también escuchaba eso y que miedo yo tampoco podía dormir; pero el susto más hijueputa, continúe yo, me lo di un día que siendo como las cinco y media de la tarde subí a la habitación,  tal vez, en busca de una chaqueta; a esa hora nadie estaba en la segunda planta   en la que  solo permanecíamos  en  horas de la noche, cuando todos debíamos meternos en la cama; subí corriendo las escaleras, corrí por el pasillo y empuje la puerta y nada más se abrió, sentí  que una voz profunda y cavernosa de un hombre mayor que me hablaba, no había nadie en la habitación por supuesto, miiieeeeerda, salí disparado por ese pasillo y casi salto por la baranda al primer piso, baje las escaleras a trompicones y  creo que nunca me recupere del todo  de ese susto, porque jamás volví a subir a la habitación, si no estaban en ella ya, al menos dos de mis hermanos; pero eso nuca se lo comenté a nadie, porque pensaba que no me lo creerían y así hasta ese día en que todos coincidimos en esta historia; para mí fortuna al poco tiempo me fui con mi padre a vivir a Medellín; eso me dijeron todos en ese momento; al menos tú te fuiste, nosotros tuvimos que sufrir de espanto un largo tiempo, creo que fue un año más; algún espíritu  que quería regalar alguna guaca dijo Mierdardo, otro de mis hermanos; esto me trajo a la memoria las historias de  guacas, mitos de  la  cultura  de alguno de esos añejos pueblos; se llaman guacas a la forma en que los antiguos guardaban sus ahorros, generalmente convertidos en  monedas de plata u oro, pues al no disponer de verdaderas cajas fuertes o bancos, los  enterraban  en el patio   o  huertos de sus viviendas, metidas en ollas de barro; decían que si  el dueño fallecía dejando esas fortunas enterradas, el espíritu volvía para indicarle a alguien donde tenía sus ahorros;  los parroquiana  contaba de varios casos de personas que fueron guiadas por los espíritus a sus guacas,  justificado  en muchos oportunidades las fortunas algunos  pueblerinos pudientes; no sé si sea verdad o no, lo que contaba  esa leyenda urbana, ni tampoco si lo que quería ese espíritu atormentador de mis noches infantiles  era darme una guaca; si fue así, me la perdí por cobarde,  lo que sí me quedo claro, especialmente después de comprobar que los ruidos que escuche fueron también escuchados por la mayoría de mis hermanos, es que los espíritus existen y se manifiestan y que como dicen de  las brujas, que nadie las ha visto, pero que las hay, las hay.

Agosto 31  de 2012, año del fin del mundo, gracia a Dios.

Charlie Phantomas

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