domingo, 21 de septiembre de 2014

LO PROMETIDO ES DEUDA: NUESTRO ESCRITOR INVITADO

¿Arte, arte en las arenas de sangre?


Solitario, hecho tirones, bañado en sangre, medio difunto, arrinconado en las tablas, acompañado del matador de turno y peones del sacrificio quienes lo lancean y obligan a girar en círculos para emborrachar la agonía, el toro de casta mira hacia la arena, hacia los tendidos, mira al artista que vestido con traje de luces esmeralda y oro viejo lo tortura con la espada de descabello.

Entonces, acuchillado, mira a su verdugo a quien abuchean en los tendidos por no haber logrado su obra de arte, por no acertar con el acero en el hoyo de las agujas, agacha la cabeza, se la ofrece al artista para su colección de trofeos, y de repente imagina que puede volar como el águila, imagina que puede llegar tocar esa luz de esperanza que a lo lejos con dificultad divisa.

Al artista de los puñales no le importan las rechiflas de esa tarde, entre otras, de petardos, lo que único que interesa a ese disfrazado de artista es acertar con el descabello y matar al que le escogieron en el sorteo como enemigo de turno, uno más en la lista de sus manos untadas de exterminio.

El toro de casta no sabe y no lo saben los hijos que le mataran mañana y no lo sabe su padre ni su abuelo que esos potreros de la hacienda por donde todos los días camina, son pastizales cuyos abonos orgánicos se han comprado con boletos herencias del circo romano.

Comienza la jornada, anuncian las tres y media de la tarde del domingo torero, lo acarrean a la plaza de toros, lo encierran en los corrales, rechina el clarín que anuncia su salida, abren la puerta de los sustos, lo liberan, chorrean los aplausos, la manzanilla en las gargantas sedientas de sacrificio, y el viento con aroma de holocausto le revela la figura de un disfrazado de artista, pero el toro de casta no entiende cómo es que la muerte pueda desfilar en puntillas, ataviada de traje corto sevillano o disfrazada de aguamarina y oro, acompañada de trompetas, palmoteos y pasodobles.

El toro de casta corre, remata en los cinco burladeros, pasa y mira a los peones de brega, y quizás advierte que a sus antepasados de igual los llevaron a ese redondel, que las tardes de sol y sombra, de picadores, de espadas y banderillas, lo esperan para deleitar a quienes embriagados de manzanilla se solazan con verónicas, gaoneras, revoleras, naturales, derechazos, molinetes, forzados de pecho, y brindan cuando la muerte es certera. 

Pregunta por el nombre del artista encargado de su ejecución, quien ha pedido permiso solemne a la Presidencia para matarlo, y cuando la montera cae boca arriba sobre la arena, el tatarabuelo se le aparece y susurra:

-El artista de los cuchillos se llama Curro, allá en el barrio le dicen Paco, se llama Manuel, lo apodan Espartaco, el Niño de la Capea, pero algunos periodistas en las trasmisiones de la radio, alardean con gitanerias, lo adulan y llaman !Maestro!.

-No entiendo, Abuelo, lo que me dices- contesta el nieto de casta, al tiempo que el picador desgarra sus carnes, y en medio de las rechiflas para que el castigo del hierro no sea tan brutal, lo hace sangrar a borbollones para mermar sus fuerzas.

-Embiste muchacho, tan sólo embiste con bravío y nobleza y no te canses de embestir sin derrotar a tu verdugo, porque si embistes de manera repetida y ligada en redondeles limpios y exactos, hasta de pronto te indultan, saludan con llovizna de pañuelos blancos, te perdonan la muerte y devuelven a tu potrero de origen.

Ahora, los hijos del toro de casta viven allá en la hacienda, pastean en los potreros, y en las noches de sevillanas, bullerías y tentaderos, alcanzan a escuchar comentarios en los que algunos periodistas embuchadas sus panzas de sangría, queso maduro y jamón serrano, advierten que a Juan el hijo mayor del ganadero, próximo a recibir su graduación como matador de toros, no es tan efectivo con el estoque y que a todos sus enemigos los despacha con cuchilladas de descabello.

El toro de casta no tiene apellidos y no le importa, pero según dicen puallí los más viejos, dizque tiene muchos hermanos que se llamaban Islero, pero no Islero a secas, sino Islero de la Semilla, Islero del Arado.

Aquellos potreros de la hacienda guardan el secreto de quienes esperan el próximo domingo, la feria de turno para morir apuntillados y lograr unos cuantos abucheos o aplausos cuando los arrastren por la arena.

El toro de casta y sus hijos que mañana nacerán, aún se preguntan:

¿Será, si será que apagar la existencia apuntillados por un verdugo que danza vestido de traje de luces, a quien algunos llaman Maestro, constituye una obra de arte, y simboliza morir con dignidad?


germanpabongomez
Popayán, septiembre de 2014

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